César Carcelén

Martes Santo: Distintas formas de enseñar la fe

Muchas son las formas de sentir y mostrar una misma fe. Desde la alegría que nos da la confianza plena en el Dios de la Vida, al recogimiento de la oración profunda en la que la conversación del alma es sincera y verdadera. Modos que también reflejan las hermandades y que tienen como mejor exponente el Martes Santo en Jaén. En la Magdalena, barrio castizo de tez morena, la bulla. En Cristo Rey, oscuridad y silencio. Y en la Alcantarilla, catequesis plástica para los cofrades del mañana.

Desde el patio de su colegio, donde a diario juegan niños y niñas que sueñan a ser grandes sin saber que ya lo son de corazón, la joven hermandad misionera del Divino Maestro inicia su enseñanza fuera de las aulas. Jesús es el maestro de Humildad y Entrega, y explica a quien lo observa lo que significa servir y no ser servido. Inclinado se dispone a lavarle los pies a Pedro, que no termina de entender la lección. San Juan y Santiago, como buenos alumnos, toman apuntes.

Deja de sorprender el largo cortejo procesional de pequeños nazarenos que en el horizonte dibujan la gráfica del crecimiento, personal, cofrade y cristiano. Siguen al verdadero Maestro, como hicieron aquellos primeros doce. Y lo hacen en misión evangelizadora, que en tiempos de mucha palabra, en ocasiones palabrería, se nos olvida cuál es la buena.

Con el deseo puesto en la pronta llegada de la Virgen del Amor, que venga a completar la clase magistral del Señor, los cofrades del Divino Maestro pasean en la tarde del Martes Santo abriendo el camino de una jornada que eclosiona, como la flor en primavera, en el raudal de la Magdalena. Las saetas levantan a Jesús de sus caídas en las empedradas calles que conducen al castillo. Si pudieran, todos los magdaleneros serían cirineo para agarrar el madero y aliviar el peso de los pecados que soporta el Nazareno.

Una cruz que emerge sobre claveles rojos en medio del oro. El Santísimo Cristo de la Clemencia abre sus brazos a la muerte y a la vida, mientras su gente se arrodilla junto a Santa María Magdalena para recoger hasta la última gota de su cáliz, bebida de salvación. Cornetas anuncian su muerte por el Arrabajelo donde la cofradía se hace grande, donde el Martes es más jaenero.

Y tras el Señor, María Santísima del Mayor Dolor tampoco camina sola. Lo hace junto a San Juan y con ambos, una cuadrilla de mujeres costaleras capaz de mecer su palio como solo una madre mece una cuna. Ya en la noche, cuando el fuego alumbre su rostro y los cirios se desangran por Martínez Molina, el desgarro de una saeta anuncia el regreso y entonces, la Clemencia vuelve a ser la Magdalena.

Frente a los vivas y la música, su ausencia. Tras el voto de silencio de los penitentes, se encienden los farolillos que, a modo de luciérnagas, marcan el camino que conduce al Santísimo Cristo de la Humildad. La Muerte del Hijo de Dios nos salva del pecado, como refleja la calavera de Adán al pie de su Cruz. Un paso, el rococó del Silencio, que enseña y simboliza más de lo que la vista logra alcanzar en su transcurrir, siempre ligero, de frente, por las calles oscuras de la ciudad que contiene la respiración. Solo se escucha la campana del muñidor, los golpes de bastón de los alcaldes de tramo y el roce de las cadenas que engarzan penitentes como si un rosario conformara las filas. A su llegada, el rachear de los costaleros y el golpe seco del llamador rasgan la penumbra. Semana Santa de antes, en el presente.

Con el Miércoles Santo llamando a la puerta de los corazones cofrades, suena la campana que anuncia el final de la lección de Entrega y Humildad del Maestro, Caído y Crucificado otra primavera. Junto a María, que guarda en su corazón el Mayor Dolor que puede padecerse en este mundo, se cierra una jornada que espera para 2021 a la Madre de Dios. Será el gran estreno de un Martes Santo renovado cada curso, pero con la misma lección, el Amor de Dios caminando por las calles.


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