Por Jose Gómez
Se llena de carteles la ciudad.
Se llena de prólogos
y de notas a pie de página.
Pasaron los leds, en fin de año,
reflejados en los minúsculos iris
de los que pintarán futuros.
Brota pasión de los escaparates
y se hace a borbotones la cuaresma.
Perfuma, tímida, la mirra,
el clavo, la canela, el estoraque,
y del carbón las imberbes chiribitas.
Aún la hora no está cuajada,
le falta al horno un tiempo.
Pero, esos carteles, nos recuerdan al oído
que el viento augura la lluvia
o que el mise en place precede al guiso.
Todo llegará, pasada la impaciencia.
Se aferran los anhelos
al borde mismo del corazón
donde ya las cornetas laten,
donde latirá la llamá en domingo,
donde bombeará el sonido
de sillas en la Carrera,
o los claxons ausentes de indulgencia
tras parihuelas con ladrillos.
Se nos aparece pronta la ceniza,
el costal en la mano,
tempraneros pins en solapas,
la primera cera en el asfalto.
Se nos aparece,
aunque no aparezca aún.
Se llena de carteles la ciudad.
Carteles que golpean en la puerta
—poderosos, inquietos—
del sagrado ritual de la espera.