Como cada año, la Catedral de Jaén fue el epicentro de la celebración diocesana del inicio de la Cuaresma, en una Eucaristía que estuvo presidida por el Obispo de Jaén, Don Amadeo Rodríguez Magro, y concelebrada por algunos canónigos y sacerdotes diocesanos, en la que participaron los tres diáconos y los seminaristas.
Pasaban pocos minutos de las 7 y media de la tarde cuando el Cristo de la Clemencia entraba en el Templo Mayor de Jaén. Como es tradición, cada año se elige, desde la Agrupación de Cofradías de Jaén, una imagen para que esté presente en la celebración y en el posterior ejercicio del Vía Crucis que recorre algunas calles de la ciudad del Santo Reino. La elección del Cristo de la Clemencia viene, en esta ocasión, motivada porque se cumple el 425 aniversario de esta imagen tan venerada y querida, no sólo en su barrio, el de La Magdalena, sino con gran raigambre en el resto de la ciudad.
Durante su homilía, el Obispo, que celebraba por segunda vez durante su episcopado el Miércoles de Ceniza en Jaén, comenzó diciendo que “hay que acoger con familiaridad la Palabra de Dios”. Para continuar explicando, “Hoy es un día de gracia, un día muy especial en la vida cristiana, en la vida de la Iglesia, en la vida de este pueblo santo de Dios que en este siglo y en esta sociedad nuestra que lleva en el corazón y en las entrañas la fe en Cristo Jesús, hay que saber y sentir que empieza un tiempo de gracia, que empieza un tiempo de salvación”. En este sentido, Monseñor Rodríguez Magro recordó que “la Cuaresma la vivimos con intensidad cada uno de los cristianos, en cada una de nuestras parroquias, de las comunidades cristianas que se reúnen para celebrar estos días santos y de un modo especial para ir celebrando cada domingo el camino hacia la Pascua”.
En alusión a la imagen del Cristo de la Clemencia que se levantaba en el altar, Don Amadeo explicó que esa imagen “es muy significativa para todos nosotros”, ya que “la clemencia, lo que significa que el corazón de Dios está de nuestra parte, que el amor de Dios ha sido enviado al mundo para compartir nuestra vida, nuestras penas y alegrías, para salvar al mundo, para recuperar en Cristo la imagen y semejanza de Dios”. Recordó las generaciones que a lo largo de los años habían pasado por ese templo de La Magdalena para rezar ante la imagen que presidía el presbiterio catedralicio.
Para concluir sus palabras, quiso enfatizar la importancia de la Cuaresma como tiempo de preparación personal, y vivirlo bajo las tres premisas de la oración, el ayuno y la limosna. Antes de recibir la bendición con el Santo Rostro, el Obispo animó a todos los asistentes a participar también en la Vigilia Pascual que se celebrará, de forma solemne en la Catedral, en la noche del Sábado Santo al Domingo de Resurrección.
Al finalizar la Santa Misa, comenzó el piadoso rezo del Vía Crucis, que fue deteniéndose en cada una de las catorce estaciones que se habían establecido en el recorrido de la Catedral hasta la parroquia de Santa María Magdalena.