Todo un mes llevándole flores y nueve días de oración a sus pies. Besaron su manto, rezaron el Rosario de San Bernabé con su Simpecado y cantaron aquella oración que nuestros mayores legaron. Y resultó ser poco porque llegado el día, Jaén la seguía esperando. Otra vez fueron primeros las flores, la ofrenda de cual hijo que agradece a la Madre su protección, su amor infinito. Ni el calor pudo con la ilusión de chirris, pastiras y flamencas que vestían de fiesta para acudir a buscar la reja de una Capilla que concentra la devoción de un pueblo sellada en la historia. Tras la Misa Votiva de los Cabildos, la bella ciudad de luz se rindió a los pies de quien los puso aquí una madrugada de 1430. Este año, regresaba la ofrenda a su lugar, modificado en 2013 con motivo de la Catequesis Pública del Año de la Fe. Por eso, San Ildefonso volvió a ser un hervidero de tradición y devoción.
Y a la tarde, la plaza estaba como hacía tiempo que no se recordaba. Lleno para ver salir a la Patrona de Jaén y Alcaldesa Mayor, en una Magna Procesión de gran gala y honores para la Madre de las madres. Al frente del cortejo, la Agrupación Musical María Auxiliadora tiró de repertorio clásico, muy acertado para una ocasión en la que sobran las filigranas. Y tras ella, las representaciones de las hermandades de Pasión y Gloria, mezcladas y ordenadas por antigüedad. Llamó la atención la presencia de la Cofradía Matriz de la Virgen de la Cabeza, Patrona de la Diócesis, y de la Cofradía de la Virgen de Alharilla, Patrona de Porcuna, que será coronada canónicamente el próximo mes de agosto. Un largo cortejo solo manchado por quienes no entienden que en una procesión no se debe ir mascando chicle o mirando el “whatsap”. Habrá que anotar este punto en el programa formativo de las hermandades para el próximo curso.
Destacó por encima del resto de enseres de una Cofradía que es un auténtico museo andante, el nuevo Simpecado obra de los jiennenses Javier García y Martín Suárez. Un estandarte de gran belleza a la altura de una Patrona, que procesionó sobre los hombros de sus caballeros, elegantes y prestos para elevar al cielo a quien cada 11 de junio regresa a la tierra de olivares para un reencuentro que se alarga en la noche en un retorno de petaladas y vivas que resuenan cada madrugada en las calles de San Ildefonso, a la espera de otro descenso de la Madre que en este arrabal encuentra cada año a sus hijos.