Manuel J. Quesada Titos

Miércoles Santo: Un triángulo de color

La Semana Santa avanza como un río de emociones  y en su ecuador, víspera de los días grandes de la celebración pascual, el Miércoles Santo bulle en las calles. Santa Isabel, Cristo Rey y la Santa Iglesia Catedral son los vértices de un triángulo perfecto dibujado en el callejero de la ciudad que desde primera hora de la tarde sale a buscar a Cristo y María. Jornada de dos grandes misterios, dos pasos de Jesús en la soledad de su cautiverio, un paso de palio y dos tronos únicos, el del Crucificado de Jacinto Higueras y la Piedad atribuida a José de Mora.

La tarde despierta de su letargo en uno de esos barrios del Jaén más castizo y auténtico. Nuestro Divino Redentor Jesús Cautivo, abandonado por sus discípulos, encuentra en sus vecinos el arropo y el cariño de quienes siempre estarán a su lado. La tropa trinitaria avanza con zancada firme dejando en el templo a María Santísima de la Trinidad que, ahora sí, cuenta los días para procesionar bajo palio junto a sus blancos penitentes. Será en 2021 cuando se haga realidad el sueño por el que viene trabajando la hermandad de Santa Isabel sin descanso.

El color se apodera de Cristo Rey después de la oscuridad del Martes. Azul, rojo y verde, para encender el templo y las calles de Amor, Perdón y Esperanza. La trilogía comienza en Getsemaní, donde Judas traiciona con un beso al Señor. Un gesto de amor empleado para vender al Dios del Amor que manso espera su prendimiento. La composición del misterio que tallara Navarro Arteaga, cargada de tensión y movimiento, sobrecoge en cada chicotá trabajada con maestría y esfuerzo por la curtida cuadrilla que conforman sus costaleros.

Tras ser azotado, Jesús del Perdón se presenta amarrado a la columna, en la tristeza de una soledad cruel que solo espera la muerte. 65 años se han cumplido de la bendición de esta Imagen realizada por Francisco Palma Burgos en cuyo paso revolotean querubines entre nubes de oro. Junto al cuartel de la Guardia Civil, parada y saludo en recuerdo de la liberación del preso que esta cofradía lleva a gala en su rica historia.

Y por último, siempre la Esperanza. La Madre del Amor salva la estrecha puerta de Cristo Rey y se dispone a repartir Esperanza en tiempos de incertidumbre y temor. Su palio es mecido con la alegría que da sentirla tan cerca y los pétalos llueven sobre ella con el deseo de acariciar sus mejillas y borrarle por un instante las lágrimas de sufrimiento.

La última hermandad en iniciar su procesión penitencial el Miércoles Santo es la Sacramental de la Buena Muerte. Las naves catedralicias empequeñecen ante la majestuosidad de los tronos de la corporación blanquinegra que se hace museo de arte sacro en las calles. En una plaza de Santa María abarrotada espera la Legión al Cristo de la Buena Muerte que eleva su cuerpo inerte sobre un monte de claveles rojos. Los toques militares acompañan al Señor de la Catedral en el cadencioso caminar de una centuria de hombres de trono que aguardan el toque de campana para elevar al cielo la Cruz de la Vida.

Nicodemo y José de Arimatea descienden a Cristo de la Cruz mientras las Santas Mujeres extienden el sudario. Ver en la calle el grupo escultórico de Víctor de los Ríos deja sin aliento. Las expresiones en los rostros son el reflejo de las personas que, desde las aceras, elevan su mirada en busca de quienes estuvieron en aquel duelo iniciado en el Gólgota.

Aunque para semblantes de dolor, el de Nuestra Señora de las Angustias. Con el cuerpo de Cristo en su regazo, María llora sin consuelo sobre un trono de plata de formas imposibles. Dos ángeles le acompañan en este trance de dolor con la composición Angustias Madre, del maestro Cerveró como banda sonora. Tras Ella, otra vez la cruz, la tercera, desnuda.

La luz vespertina de la primavera se tiñe de azul cobalto en el regreso de las tres hermandades. El Cautivo hace parada en la Magdalena para saludar a María Santísima del Mayor Dolor de vuelta a su barrio. El Amor se desborda en Maestra y por Arquitecto Berges, las nuevas y vigorosas hojas de los árboles se funden en el palio de la Esperanza en cuyo manto sobrevuelan las palomas. Mientras la calle Campanas se estrecha para rozar los brazos de la Buena Muerte cuya sombra se hará eterna sobre la Catedral cuando la luz se apague de un Miércoles Santo que expira.


 

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