Todo un barrio se plantó en el centro de Jaén para manifestar su fe, su forma de vivirla y sentirla. Una fe cantada con tintes aflamencados que en la noche se torna en saeta en la arteria del Jaén más antiguo. Un barrio dulce en nombre y rico en historia, que cada Martes Santo se viste con las humildes galas de su sentimiento para acompañar a Cristo y María. Bulla y color que cuando la tarde se despide, se hace Silencio conforme la luz se difumina en la noche jaenera. Contrastes de una jornada cofrade que sueña con un palio callado bajo el que se presente la Madre de Dios.
Algo deja de ser noticia cuando se convierte en habitual. Por eso, este año ha dejado de ser noticia que la Hermandad de la Clemencia ha abandonado el sabor rancio, malentendido como modelo jaenero, para dar un salto en calidad y gusto acorde a lo que se demanda en la actualidad. Buen hacer que ha comenzado en los tres pasos del cortejo, Caído, Clemencia y Mayor Dolor, y que empieza a apreciarse en unos hermanos que cada vez entienden mejor que vestir la túnica nazarena es orgullo y responsabilidad, gala para acompañar a su devoción. Llamó la atención ver a Nuestro Padre Jesús de la Caída con túnica blanca, el andar fino de la Clemencia a los sones de la Banda de la Asunción de Jódar, otra vez espectacular en su segunda visita a Jaén -lástima que no procesionen más días en la capital-. Y respecto al palio, menos ‘alocado’, que en otras ocasiones, volvió a romper una lanza por las cuadrillas de mujeres costaleras, tan necesarias siempre, pero más en tiempos de escasez.
Todavía con la tarde sobre la ciudad, salía de Cristo Rey el pequeño crucificado del Santísimo Cristo de la Humildad. Luz para poder contemplar los matices y detalles de una Hermandad que se traslada al medievo al caer la noche. Momentos para contemplar un paso rococó que en la oscuridad sostiene la silueta de la cruz que emerge entre cardos.
El crecimiento de la Hermandad del Silencio es directamente proporcional a la necesidad de Silencio de la Semana Santa de Jaén. Hace falta más negro y menos bulla, y, curiosamente, ninguno de los grupos parroquiales existentes con vocación de ser hermandad de Pasión apunta en esta línea. Y eso se traduce en una falta de entendimiento del silencio en la gente que, aunque va mejorando con los años, todavía es asignatura pendiente del pueblo de Jaén. Por destacar un momento de los tantos que deja el cortejo encadenado del Silencio, la saeta cantada en Bernabé Soriano ante la que no cabían palmas que rompieran la mística del momento. Las palmas, para el teatro, el fútbol o los toros.
Este Martes Santo, el Silencio regresó por el itinerario más directo, a la vez que menos recogido, aunque cada primavera encuentra más personas que acuden a su búsqueda, porque lejos del ruido y en la oscuridad solo iluminada por la hilera de faroles, la oración fluye con facilidad.
Parece que este año, el Martes Santo ha solucionado uno de sus problemas endémico y se ha logrado una mayor separación entre ambas hermandades en la Carrera Oficial, de tal forma que la bulla no se come al Silencio, y la oscuridad no apaga la Luz. Mejoras en una jornada que espera la inocencia de una nueva Hermandad, la del Lavatorio del colegio Divino Maestro. Seguramente pasen varias primaveras para hacer de un día de éxodo capillita, otro día grande de nuestra Semana Santa.
Martes Santo:
Parte 1:
Parte 2:
Fotografías: César Carcelén