La madre y maestra de las cofradías baezanas devuelve el culto externo a la ciudad

Nos decía el pregonero de las glorias de Baeza la pasada primavera en el atril que “la casualidad es el disfraz preferido de Dios” y esas palabras, hoy vinieron a mi cabeza, cuando en la noche caprichosa de la exaltación de la Santa Cruz, el Santísimo Cristo de la Yedra, se asomaba de nuevo a las puertas del santuario que lleva su nombre para devolver el culto externo a la ciudad de Baeza.

Nada fue casualidad, el Señor de la Yedra, la devoción cristífera más arraigada en nuestra comarca, la que durante siglos permaneció intacta en los corazones de los hijos de esta tierra, salía al encuentro de sus devotos para sembrar esperanza en mitad de la tempestad. Nada fue casualidad, el Señor al que Baeza pidió protección en las pandemias, sequias, terremotos y adversidades, escribía con letras de oro una nueva página en la historia de la fe de Baeza.

Solo el milagroso Cristo de la Yedra era capaz de devolver a Baeza el culto externo ¡Hasta los nubarrones y lluvias se alejaron para dar paso a la claridad de la luna! ¿Casualidad? ¡No! Dios nunca abandona a los suyos y al igual que en tantas ocasiones, el Cristo de la Yedra, frente a las adversidades y dificultades, siguió protegiendo a Baeza como ocurrió de manera reiterada a lo largo de la historia.

En la noche de la exaltación de la cruz, Baeza volvió a sus orígenes, Baeza volvió a ser ella misma, volvió a lo auténtico, a lo de siempre, a esa devoción que fue y es capaz de dar consuelo a tantos corazones afligidos y que permanece intacta en el tiempo.

Tras la celebración de la función principal de estatutos, llegaría el momento soñado durante tantos meses por los cofrades: la recuperación del culto público. Allí, en la explanada del santuario, entre un silencio que enmudecía el alma, el milagroso crucificado se asomaba portado sobre los hombros de sus hermanos para descansar unos minutos en los escalones que dan acceso al templo.

Se sucedería durante unos minutos el rezo de las siete palabras, meditando la vida del mejor de los nacidos a través de su pasión y muerte en la cruz. Acto seguido, el Señor de la Yedra procesionó por los alrededores del Santuario, viviéndose momentos de gran intensidad y emoción que rompieron en forma de aplausos, cuando el Cristo se despedía de los fieles en el cancel del templo entre los vivas del capellán que exclamaba emocionado ¡Viva el Cristo de la Yedra! respondiendo un fiel ¡Y que sigua protegiéndonos!

¡Pues claro que si Baeza! el Señor de la Yedra seguirá desde su camarín protegiendo a la ciudad y a toda esta comarca, a todos sus fieles y devotos y también a los que jamás han acudido a Él, porque el amor y la misericordia de Dios son para todos.

La madre y maestra de las cofradías baezanas devolvió el culto externo a la ciudad y el Santísimo Cristo de la Yedra sembró esperanza en todos los cofrades allí presentes, los cuales sintieron que formaban parte de un momento histórico e irrepetible para la Baeza cristiana ¡privilegiados pues, los que vivieron este momento para la historia!

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