Todo lo que empieza, acaba. Aunque para los rocieros de Jaén, más que acabar, el regreso a casa supone un volver a comenzar. Iniciar una nueva etapa con el cansancio acumulado de un nuevo camino, pero con la fe renovada y reforzada tras ver de cerca, otra vez, a la Blanca Paloma. En el recuerdo quedan tantos y tantos momentos de hermandad vividos en cada paso del largo trecho que atraviesa Andalucía.
Si la ida fue bendecida por la Esperanza y la Estrella, la vuelta tuvo tintes más íntimos. Muchos hermanos acompañaron el Simpecado hasta alcanzar la parroquia de San Juan de la Cruz donde el emblema rociero abandonó su carreta de plata para reposar entre los muros del templo. Últimas sevillanas y salves antes de la despedida. Un hasta pronto, porque el alma no entiende de kilómetros y distancia.
Fotografías: Manuel J. Quesada Titos