En los últimos días de la Cuaresma se suceden los Besamanos a las Dolorosas y los Besapie a las Imágenes de Cristo. Y una vez más, altares efímeros se configuran para dar a la estampa una belleza inusitada, con la diferencia de que ahora, María y Jesús están más cerca, a la altura de cualquiera.
En San Bartolomé, primero Ella, María Santísima de las Siete Palabras, y después el soberbio crucificado de la Expiración, fueron expuestos a sus cofrades y devotos para que en la madera divina quedarán plasmados los besos de amor y cariño de quienes ven a Dios y a su Madre.
Y mientras, el silencio de la clausura dominica fue interrumpido por el ir y venir de gente para acercarse a la mano tendida de María Santísima de la Estrella y para inclinarse al pie de Jesús de la Piedad. Todo un Domingo de Pasión de caricias y miradas con unos ojos que hablan más que los labios, con el deseo del siguiente Domingo, el de la Luz, el de Ramos.
Muy cerca también ha estado estos días el Cristo de la Buena Muerte en los turnos de vela en la Santa Iglesia Catedral. Aquí los besos se transforman en oración, en agradecimiento y en silencio.
Momentos de una Cuaresma que se esfuma, de una espera que se apaga consumida por el ardiente deseo de su llegada.