En esta recta final de la Cuaresma, se suceden los pregones de las hermandades, hasta que el Viernes de Dolores, el Siete Espadas de Dolor de la Congregación del Santo Sepulcro, y el Sábado de Pasión, el Cruz de Guía de la Buena Muerte, pongan el broche final a un arte, el de la palabra, que ha crecido tanto en sus manifestaciones como en su calidad en los últimos años.
El pasado fin de semana arrancó con el pregón de la Hermandad de la Santa Cena, pronunciado por el sacerdote Antonio Garrido, mientras que la tarde noche del sábado fue momento para el XXIII Pregón del Estudiante, a cargo de Andrés Utrera.
Sin embargo, el culmen de pregones tuvo lugar en la mañana del domingo. En apenas unos metros y se forma simultánea, los pregones de la Borriquilla, Estrella y Resucitado, concentraban la atención cofrade.
En la Agrupación de Cofradías, Francisco Latorre inició su pregón Hossana con un recuerdo especial a su amigo Sixto, hermano de la Borriquilla fallecido recientemente. Después, la familia cristina centró un pregón intenso y cargado de experiencia.
Mientras tanto, en el Teatro Darymelia, Ramón Calderón, refundador de la Hermandad de la Estrella y costalero de Jesús de la Piedad desde su primera salida procesional, exaltaba el amor a María y evocaba vivencias y sentimientos vividos y sentidos en su hermandad dominica.
Y por último, en el antiguo Casino de Artesanos, en el Patronato de Asuntos Sociales, Francisco Javier Gómez-Quevedo hacía lo propio pero en la Hermandad del Resucitado, con un emotivo y brillante pregón.