Hace tres años, abría las puertas de su casa a este joven periodista uno de los ilustres cofrades de verdad de esta ciudad más dada a títulos que a reconocimientos merecidos. Aquella tarde pude indagar en la infancia de un amante de la Semana Santa que con solo 6 años ya vestía la túnica blanquimorada de la Expiración y caminar de su mano por la historia reciente de este mundo cofradiero que llora su marcha. Consumíamos los minutos hablando de una pasión compartida, con medio siglo de intervalo, pero de idénticos valores. Será que es cierto que la esencia se mantiene a pesar de los cambios en las formas. Nuestra conversación, a veces entrevista y otras, tertulia, se tradujo en un reportaje publicado en Pasión y Gloria de la Cuaresma de 2013. Sin embargo, cuando salí de aquel hogar con vistas a Amargura y olor a Lágrimas, entendí que nos habíamos cautivado. El maestro Luesco me había dado una lección cuyos apuntes llevaré siempre en lo más profundo de mi ser cofrade. Mi modesta aportación fue devolverle en forma de artículo, una pequeñísima parte de lo mucho que él ha dado a nuestras cofradías.
Luis Escalona Cobo ha sido mucho en y para nuestra Semana Santa. Pregonero en 1996, también tomó la palabra en pregones como el de los Estudiantes, la Estrella o del Costalero. Colaborador literario en todas aquellas publicaciones que lo requerían, por cierto, sus artículos siempre eran los primeros en llegar, destacaban cada Cuaresma sus “Siete lirios al Cristo de la Expiración” publicados en Diario Jaén con motivo del Septenario de “su Cristo” de San Bartolomé. No obstante, por encima de todo esto, Luis ha sido y será ejemplo de nazareno. De hermano de luz con mayúsculas. Mientras la salud y los años le dejaron, no faltó a su cita cada Lunes Santo con Nuestra Señora de las Lágrimas y cada Jueves Santo con su Crucificado expirante. Por eso, aquel reportaje lo titulé “Un nazareno de siempre”. Una extraña especie en peligro de extinción en nuestra Semana Santa, el cofrade que viste su traje de estatutos sin mayor afán e interés que alumbrar con su cirio el caminar de sus Sagrados Titulares.
Al hablarle de sus dos Hermandades, Luis decía quererlas por igual. Era algo similar al querer de papá y mamá. “Los Estudiantes es recuerdos de mi juventud y la Expiración lo es de mi niñez, de la compañía de mi padre. Por eso, para mí, el Cristo de la Expiración es mi vida y la Virgen de las Lágrimas es mi alma”, afirmaba entonces. A los pies de su Cristo se despedía de sus familiares, amigos y cofrades, vistiendo para siempre la túnica nazarena del Jueves Santo, para que en su encuentro con Él, le reconozca como aquel hermano de luz jaenero de sabiduría cofrade y alma cristiana.
Hoy, en su memoria, me atrevo a cambiar la preposición de aquel titular, porque se nos ha ido “Un nazareno para siempre”. Desde aquel encuentro periodístico, he presumido de un cariño mutuo plasmado en la dedicatoria que Luesco me firmó en su libro “Curiosidades, anécdotas, vivencias y vocabulario cofrade giennense” en la tarde del Viernes Santo de 2015. Aquel día abandoné por un instante la retransmisión de las hermandades para acudir a la Tribuna donde esta Luesco acompañado por su mujer y amigos. En aquel escrito me animaba a “que estos capítulos realizados por este ‘joven cofrade’ salgan a la luz pública y no se olviden en el baúl de los recuerdos”. Eso está hecho maestro.
Descansa en Paz.
Un ejemplo de todo lo que un cristiano y un cofrade debe hacer en su día a día y en su cofradía