Es conocida, en los diversos consejos pastorales en los que participo, mi disconformidad con que se haga un aparte con las Cofradías cuando se habla de la falta de formación en los cristianos de nuestra tierra. Siempre he mantenido que los cofrades son tan cristianos como los demás y que tienen la misma falta de formación que el resto, empezando por los catequistas, miembros de cáritas, etc., etc., etc., por lo que no estoy de acuerdo en que se haga un inciso con ellos.
Digo esto, porque en el Plan Pastoral Diocesano para este curso, bajo el lema de “Vivimos en comunión”, en una línea fundamental de Acción y Acciones concretas, para la Pastoral Parroquial, hay un punto que tiene como objetivo, de manera exclusiva, a las Cofradías y Hermandades. Es el punto 15, en el que se habla de que buscando ese “Vivir en comunión” se precisa “integrar en la vida de la comunidad parroquial a las Cofradías y Hermandades”. En sus cuatro apartados se indica que se debe “fomentar la participación de los cofrades en los cursos dirigidos a ellos desde el Centro Diocesano de Formación” (15.1); “integrar en Cáritas parroquial a los Vocales de Caridad de las Cofradías, y a los Vocales de Formación, en los grupos de estudio o de reflexión de la parroquia” (15,2); “integrar a los jóvenes cofrades en la vida de la parroquia, contando con ellos para las actividades con jóvenes o niños” (15.3); y “proponer alguna actividad conjunta de culto, de caridad o de formación que realicen a una todas las cofradías de la parroquia o de la localidad, fomentando así la relación y comunión entre cofradías” (15.4).
En esta ocasión, me parece acertada esta distinción con las Cofradías dentro del Plan Pastoral por dos motivos: Por el toque de atención hacia las Cofradías y, hacia los párrocos y seglares implicados en la vida pastoral de nuestras parroquias.
Las Cofradías han de asumir que forman parte activa de la Iglesia, que sus sedes canónicas no son una figura decorativa a la que se acude sólo cuando interesa, a la que sólo se acude en la particularidad; que las parroquias también forman parte de nuestra responsabilidad; que no se puede vivir ajenos a la vida caritativa y formativa que se desarrolla en las parroquias; que las demás cofradías no son una especie de “enemigo” con el que hay que luchar; que nuestra cofradía no es el “ombligo del mundo” sino que hay otras que trabajan tan dignamente como nosotros; en fin, que no podemos vivir de espalda a nuestra Iglesia (nos guste o no nos guste).
Pero, por otro lado, nuestros párrocos no pueden tener a las Cofradías como “un dolor que hay que soportar”, algo que es alimentado, en muchas ocasiones, por esos seglares que “viven” muy cercanos a su párroco y que no soportan a las Cofradías, esos seglares que practican a diario el monte Tabor (“que a gusto estamos aquí”) para los que las Cofradías vienen a romper su comodidad parroquial. En el punto 10 del Plan Pastoral se indica, expresamente, que buscando “Favorecer la comunicación y la cooperación entre diversas instituciones, grupos y personas, fomentando la relación fraterna y la conciencia de que solo en sinodalidad podemos cumplir el encargo que el Señor nos ha hecho”, se debe “Cuidar los grupos en la parroquia, respetando su autonomía y espiritualidad, y potenciando la espiritualidad seglar” (10.3). Una cofradía, no es un grupo como el que conforman los Catequistas, los equipos de Cáritas, la pastoral familiar, o cualquier grupo con un ámbito exclusivamente parroquial, porque como se indica, una cofradía tiene su propia autonomía y una marcada espiritualidad, de modo que no se puede pretender que se transformen en un grupo parroquial más, sino que debe de ser respetada corrigiéndole todo aquello que haga falta, pero no siendo vistas como el “patito feo” de las parroquias a los que se trata de manera distinta al resto de grupos. Según las palabras de nuestro Obispo, al Consejo Diocesano de Pastoral, no “sabéis la inmensa suerte que tenemos en nuestra de tierra de contar con una fuerte religiosidad popular, algo que ya desearían tener en otros lugares del país”. A esas palabras, yo añado que sí, es una suerte contar con ella, con ese substrato, lo que no significa que no haya que corregir muchas cosas.
Lo que está claro es que para “Vivir en comunión” hace falta la voluntad de todos: difícilmente podrá vivirse así si uno no pone de su parte para conseguirlo. Fomentemos, por tanto, como laicos, la vivencia de la comunión y de la corresponsabilidad eclesial.
Y de camino, reflexionemos sobre una cuestión: ¿Vivimos en comunión dentro de nuestra cofradía o sólo lo hacemos con aquellos que “son de nuestra cuerda”?
José Ibáñez Muñoz