Comienza ese tiempo que te transforma. Una cuenta atrás que recarga la ilusión conforme la luz de la tarde va venciendo minutos a la oscuridad de la noche. Se inicia la Cuaresma, el tiempo de la espera de ese reencuentro en el que llevas soñando todo un año. Sin embargo, es difícil aguardar ese momento cuando sabes bien que esta primavera no tendrá lugar.
Echaremos de menos la rampa en El Salvador, los pregones en el Darymelia o los certámenes de una música cofrade que ahora solo suena en las casas, ambientadas con un incienso que solo es recuerdo, que solo es nostalgia. Esta Cuaresma no habrá que planchar la túnica ni sacarle el dobladillo para vestir a ese niño que crece con el recuerdo efímero de su última procesión. Tampoco hay que preparar costales para cargar un paso que resulta liviano si lo comparas con esta pandemia cuyo peso se mide en dolor.
Ayuno, limosna y oración. Eso nos pide la Cuaresma, a la que podemos añadir la penitencia de saber que esa cuenta atrás no termina en el Domingo de Ramos, sino que habrá que alargarla sin saber cuál será la última hoja de ese calendario que empieza y acaba con cada Semana Santa.
A diferencia de aquella primavera pasada y arrebatada de nuestras vidas, este año sí podrás acercarte a la iglesia, encontrarte con Jesús y María y sentir el mismo repeluco de siempre. Porque en esta cuaresma, la espera es en la esperanza.