Al bautizar a los encargados de llevar las andas de nuestras sagradas imágenes, ya que existen distintos tipos o métodos de carga, aparece una amalgama de nombres dependiendo del lugar de nacimiento de estas palabras. Todos estos términos podríamos simplificarlos en portadores o cargadores, tratando de buscar el nombre que mejor defina la acción de portar y cargar nuestros tronos y pasos. El español por su amplio léxico y fuertes raíces, nos permite dotar de nombres distintos a todo aquello que conocemos, y cómo no iba a ser menos, para los encargados de pasear nuestros tronos y pasos también se ha generado, tras décadas de tradición, un vocabulario exclusivo. Para comprender que Jaén es un compendio de influencias externas, sólo hay que prestar oído a las diferentes formas que hay de llamar a las cosas en cada una de nuestras hermandades. También se pueden demostrar estas importaciones en las maneras de portar los tronos (como se suele decir en el viejo Jaén cofrade) que las tenemos de maneras muy variadas.
Desde hace cinco siglos a esta parte, las imágenes veneradas por el pueblo giennense han procesionado de todas las maneras posibles, en pequeñas andas, a ruedas, exentas de trono, a doble trabajadera, a varales, hasta la actualidad que procesionan en grandes altares ricamente decorados y cargados a costal como norma general. En las últimas dos décadas, el portar los pasos a costal (método de carga nacido en Sevilla) ha traído dolores de cabeza para las cofradías que han tomado la decisión de cambiar la distribución de las trabajaderas, unas por verlo como una conquista sevillana y otras por no saber muy bien qué hacer con ellas. Lo cierto es que el costal, al igual que cualquier otro modo de carga no deja de ser más que aquello para lo que está destinado y no tiene por qué traer consigo cambios en las formas de andar o en el lenguaje, ahora bien, si se utilizan deben ser usados correctamente, porque lo que está en juego es la salud de los que voluntariamente cargan con estas andas.
En nuestra ciudad, en ocasiones ha ocurrido, que estos cambios técnicos han traído también consigo cambios de personalidad y por consiguiente se enfrentan posturas inmovilistas contra las posturas más revolucionarias (permítanme la expresión). Queda en el recuerdo aquellos primeros años en los que la Hermandad de la Amargura decidió introducir la manera de portar sus pasos al estilo sevillano, padecieron los mayores ataques, ofensivas que se han visto carentes de importancia y elocuencia con el paso del tiempo, cuando el costal tras más de veinte años se ha consolidado como el principal método de carga y defendido por muchos que anteriormente lo detestaron. Es natural que los hombres seamos reacios a los cambios y más si vienen importados de otras poblaciones cercanas. Hemos podido comprobar que tras todos estos años de relación con las arpilleras, este sistema de carga es el que permite al hombre soportar mayor peso sobre su espalda y distribuir mejor la carga en el cuerpo de los encargados de transportarla, visto lo cual, este sistema se ha demostrado favorable para nuestros hermanos y no tiene por qué llevarnos al plagio de malas conductas foráneas o dicho vulgarmente, que nos lleve a copiar lo malo y no lo bueno.
La manera de portar al Señor y la Virgen y los encargados de hacerlo, han ido cogiendo una relevancia de la que deberían carecer. Tanto es así que la manera de portar un paso ha decidido el voto de un hermano, ha enfrentado a las distintas cuadrillas que se encargan de portar los pasos, ha provocado el abandono de muchos, el descrédito de otros y la pregunta que surge es, qué van antes los intereses de la hermandad o nuestros intereses personales. Hemos pasado de no saber o no querer saber quién va debajo de los tronos, por ser gente remunerada y de poca alcurnia, a centrar muchas de nuestras procesiones en torno a las cuadrillas de costaleros, haciendo de ellas casi su principal atractivo o reclamo para los nuevos hermanos. Una situación que debería provocarnos inmensa pena cuando los honores sólo se le rinden a esas sagradas imágenes que van vestidas de flores y velas. Y bien es cierto que como en cualquier manifestación donde está Dios presente tiene que estar como anfitriona la belleza, y que si entendemos una procesión, no sólo como un lugar de penitencia sino también como una obra de arte total, los costaleros desde luego que son parte fundamental de este encuentro. Porque no se muestra al Señor con semejante dignidad en un paso que se mueve renqueante, que un trono que se alza andando con firmeza sobre un mar de fieles, ya que la belleza en las formas también nos puede ayudar a encontrar a Dios y hacerlo llegar a quien más lo necesita. Los que portan los tronos y pasos, hacen que las imágenes cobren vida porque las dotan de un bello movimiento que en ocasiones nos interpela tanto que nos parece estar viendo la imagen moverse, capaces de generar una simbiosis en una calle pasajera. Esta es la belleza de sabernos siervos y sabernos capaces de generar belleza porque estamos hechos a su imagen y semejanza, aunque luego nuestro lugar esté de canasto para abajo caminando como rebaño que únicamente gira la cabeza hacia arriba para contemplar la belleza y magnanimidad del Hijo de Dios.