Su mirada se pierde buscando el cielo en un suspiro eterno que nunca termina. Y no lo hace porque Jesús no muere en San Bartolomé. Se agotan las fuerzas y el tiempo, pero su condición humana y divina todavía resiste el dolor para pronunciar las Siete Palabras que desde la cruz vuelven a anunciar amor y perdón. Si al principio fue la Palabra, también la Palabra lo fue al final.
Y al pie de la cruz, la Madre y el discípulo amado. El joven que dejó de caminar la tarde del Jueves Santo para indicar desde el templo a quienes allí acuden, que tanto Cristo como su Bendita Madre van calle arriba encogiendo los corazones que a su paso encuentran. Porque hasta las cornetas lloran por ese aliento que se escapa poquito a poco, como se derraman las lágrimas de María.
Con la tarde mágica del Jueves en el horizonte, el pueblo de Jaén acude a uno de esos cultos en los que el peso de la historia lo convierte en referencia para el mundo cofrade jaenero. Un septenario para meditar y rezar, una semana para encontrarle, siete días para suspirar cuando al mirar al cielo, tus ojos se crucen con su mirada.
Fotografías del Septenario: César Carcelén