El 20 de mayo de 2016 está marcado en la corta historia del Grupo Parroquial de la Sentencia. Aquella tarde de primavera era bendecida en la Parroquia de San Eufrasio la imagen de María Santísima de la Encarnación. Desde entonces, la obra de Ana Rey ha ido conquistando corazones y hoy cuenta los días para encontrarse con Nuestro Padre Jesús de la Sentencia después de la autorización eclesiástica para que sea una realidad.
En esta jornada tan especial, el Grupo Parroquial de la Sentencia ha dedicado estas palabras a María Santísima de la Encarnación:
Quiso Dios que fuéramos partícipes de una mirada lejana, llena de amor por un Hijo que sentencian a muerte. Quiso Dios darnos una nueva Madre jiennense, quiso abrirnos el corazón a la más dulce de nuestras súplicas y cumplir hasta la última de nuestras oraciones. Quiso Dios acariciarnos con terciopelo burdeos y arroparnos con su manto, bordado con manos nacidas para ese único fin. Quiso endulzar nuestra vida con una mirada cálida, materna, cercana. Una mirada que acaricia nuestra alma dejándola conmovida y esperanzada.
Cuando creíamos que no nos podía sorprender nada, que nuestras almas andaban perdidas en la búsqueda de algo que nos hiciera creer. Cuando creíamos que no cogía más amor del que ya teníamos en cada uno de nuestros corazones y el miedo a abrirlos emergía como lágrimas al imaginarte. En el momento en el que creíamos que no había belleza que superara la que ya conocíamos, que no había fe que pudiera crecer dentro de nuestra lucha incansable. En el instante en el que creíamos que no había mirada que pudiera iluminar nuestra penumbra, que no existían las suficientes razones para soñarte.
En ese mismo momento, un pequeño ángel quiso poner en las manos de una joven escultora la inspiración y el sentimiento que dieron forma a la más bella de las Madres. Un sentimiento que emergía desde el cielo, de una pequeña luz que nos alumbra, como lo hace el cirio del penitente que, con paso cansado, recorre adoquines y frías calles jiennenses. Ese pequeño ángel nos quiso traer la mirada que ahora queremos encontrar, que se encuentra ausente y nosotros, inocentes, intentamos hallar cada vez que nos reencontramos con Ella. Quiso Dios que ese ángel quedará reflejado en la mirada de una Madre, en el brillo de las lágrimas que recorren sus perfectas mejillas. Quiso Dios ausentar esa mirada para no hacerla de nadie, para recoger el misterio que sus ojos tienen. Quiso Dios no hacerla de nadie, y a la vez, hacerla muy nuestra.
Con el corazón encogido, la recibimos vestida de blanca paloma, sencilla, Madre. Adentrándose, haciéndose hueco en lo más profundo de nuestro interior y enamorándonos con esa dulce, pero dolorida, expresión que no podíamos dejar de mirar. Así nos recibía nuestra Madre, con una expresión de Esperanza que nos cautivaba a todo aquel que se entregaba a ella.
Encarnación llena de Esperanza, que se hace jiennense para convertirse en oración de inocentes almas que buscan fe en el desconcierto, amor en el odio, calor en las frías madrugadas. Búsqueda incansable de sus ojos, de su aliento, de su perfecta silueta que dibujada en el claroscuro de nuestra alma. Encarnación llena de gracia, en perfecta sincronía con melodía divina para nuestros oídos. Madre hecha Esperanza, Madre humana.
Porque quiso Dios no hacerla de nadie, y a la vez, hacerla muy nuestra.