La Alcantarilla vive dos primaveras al año. Una coincide con la que marca el calendario, cuando el azahar rompe en el único naranjo que sobrevive en la coqueta y silenciosa Plaza de la Purísima Concepción, a la vera de la casa de hermandad de la Estrella. La otra llega cuando el estío se comprime y las hojas se tintan de ocre para caer al suelo que pisamos. Es octubre, el mes del Rosario y de nuevo la capilla dominica tiembla junto a María Santísima.
Este 2018 ha querido que la Festividad de Nuestra Señora del Rosario caiga en domingo, permitiendo que la Señora de los ojos grandes saliera a darse un paseo en su día grande. El bullicio en el barrio se percibía desde el mediodía con motivo del tercer día de su Triduo, predicado en esta ocasión por el párroco de Santa Isabel, Francisco Carrasco. Todavía en la sobremesa, el ir y venir de costaleros por las cafeterías cercanas anunciaba lo que estaba por llegar a las 6 de la tarde, cuando después de la siempre dificultosa maniobra de salida, Nuestra Señora del Rosario salvaba las escaleras de su capilla para reencontrarse con sus fieles y devotos.
A los sones de la Banda de Música Pedro Morales de Lopera caminó con garbo costalero la Señora por las estrechas callejuelas de su barrio hasta alcanzar el corazón de la ciudad, con un cortejo más numeroso que en años anteriores al que se sumaron representaciones de algunas hermandades de Gloria, así como la siempre hermana de la Estrella. Ya en Almenas, de regreso, empezó la magia que siempre rodea la recogida de esta cofradía, arropada por numerosas personas por Llana y García Requena hasta volver a casa. Una llegada más temprana que en octubres pasados, lo que propició mayor acompañamiento al caer la noche. El broche final lo puso la formación musical en el interior del templo, interpretando Mi Amargura mientras la Virgen del Rosario volvía a encontrarse con sus monjitas después de una tarde de primavera en octubre.
Fotografías: José M. Anguita