El mundo cofrade ofrece una larga y sujerente galería de retratos de la más dispar valía y cualificación. Y entre ellos hay un grupo de tipos sencillos y humildes, que sin embargo, por ser muestras indudables de genio y figura, el tiempo los convirtió en seres legendarios que llenaron una época, pero que luego, tras su óbito, quedaron en un injusto olvido solamente desempolvado, alguna que otra vez, por la memoria nostálgica y añorante de un cofrade anciano o algún investigador curioso.
Ese es el caso que nos ocupa: el de Juan del Carmen Heredia Roman, más conocido en Jaén por su apodo de “sartenilla”, un tipo que podría inspirar muchas lecturas y que durante buena parte de su vida ejercitó el oficio de “munidor” en la cofradía de N.P.Jesús Nazareno.
Juan del Carmen Heredia nació en Jaén el 19 de agosto de 1914, en el número tres de la plaza de San Juan, en el seno de una humilde familia jornalera. El nombre de su padre, Juan Heredia Cortés, ya nos indica, con la específica tipificación de sus apellidos, la raigambre calé del neófito.
Juan del Carmen siempre vivió en el entorno de la iglesia de San Juan. En sus buenos tiempos adoptó la costumbre de que el dia de Nochebuena, cumplido el rito de la cena familiar y la posterior “misa del gallo” en la parroquia, se echaba a las calles en unión de su mujer y manifestaban estrepitosamente su alegría cantando villancicos a dúo, a los que hacían el contrapunto golpeando una sartén con una cuchara. Su presencia, año tras año, siempre repitiendo idéntico rito, se hizo tan inseparable de la madrugada navideña, que en Jaén dieron en apodarle “el sartenilla” en razón al elemental instrumento que con tanta maestría como júbilo manejaba.
Laboralmente, a Juan del Carmen se le podría encuadrar en ese amplio y variopinto grupo que el pueblo andaluz denomina “ganapanes”, es decir, el de los hombres animosos e inquietos que se buscan honradamente el pan de cada dia, acudiendo prestos alli donde se les llama para desempeñar las más variadas tareas.
Fue asi como afines de la década de los años cuarenta del pasado siglo XX, Juan del Carmen Heredia, de la mano de “los delegado”, recaló en la cofradía de N.P.Jesús para ejercer, a cambio de una modesta gratificación, el oficio de “munidor”. Ya era cofrade desde 1928, pues había ingresado con tan solo catorce años.
Perdida para entonces su primigenia función de “avisador” o “citador”, el “munidor” era en cada cofradía un elemento polivalente que ejercía funciones de ordenanza y mozo y que echaba una mano en todo y para todo: estaba al servicio del fabricano, llevaba recados de la ceca a la meca, cumplimentaba encargos, transportaba enseres, acudía a los requerimientos de las camareras, reclutaba “hombres de trono” y controlaba sus movimientos, limpiaba tulipas, abrillantaba candelabros, hacía “chapuzas”, repartía cera, empujaba el carrillo de las baterías, portaba el gallardete “de diario” en el entierro de los cofrades…Es decir, era el alma y nervio de la fabricanía y el botones diligente de la secretaría. Y todo a cambio de una modesta gratificación mensual, alguna propinilla y ciertos “arrimos” que las camareras o los miembros de la junta de gobierno le proporcionaban en ocasiones puntuales.
Precisamente por ese agobio laboral, los “munidores” solían ser fieles a “su” cofradía y leales a “sus jefes” y a su manera, veneraban, con la recia fe de los sencillos, a unas imágenes titulares a las que ellos casi hablaban de tú.
Durante muchas décadas, Juan del Carmen Heredia-junto al popular Miguel Carpio “mediometro”- fué uno de los signos identificativos de la cofradía y procesión de N.P.Jesús. La novena o el montaje de los tronos no se concebía sin su oportuna omnipresencia. Y en las viejas fotografías del viernes santo siempre nos aparece su figura inconfundible, resaltando entre el gentío.
Ese fué su oficio y beneficio, siempre desempeñado con orgullosa dignidad, hasta bien entrada la década de los setenta en que la vida, cruel e inexorable, comenzó a darle palos. Al quedar viudo, la soledad le hizo recorrer la ciudad de forma reiterada e interminable cada nochebuena, siempre haciendo replicar incansable su sartén, hasta el medio dia de navidad, con oportunas paradas en los bares y tabernas del recorrido para tomar fuerzas, o quizás para ahogar la pena.
Y así hasta que Jesús le recogió cuando apuntaba la mañana del 15 de septiembre de 1986. Sus restos esperan la resurrección en el nicho 307 de la sección “san félix de valois”, del cementerio de san fernando de Jaén.
Obra de: Joaquin Sanchez Estrella.