César Carcelén

Paradojas

Nos encontramos ante un nuevo escenario. En este “juego” a mitad de partida las reglas están cambiando. ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Tú lo sabes? Yo, no.

La Semana Santa de hoy comienza a adquirir connotaciones que hasta ahora no manifestaba. ¿Crece? Pues no sabría decir. Es incontestable que es mayor el número de cofrades en la ciudad, que se celebran más cultos, muchos con mayor solemnidad y rigor litúrgico, que se organizan más charlas de formación, que se realiza más labor caritativa, que tímidamente crecen los hermanos de luz, que los pasos cada vez andan mejor, que las bandas aumentan su calidad interpretativa, que hay más presencia cofradiera en medios de comunicación y redes sociales, que se suman incluso nuevas hermandades a la nómina de la Semana Santa… y con todos estos datos, que son objetivos, que no admiten discusión en cuanto a su ser, ¿por qué no alcanzo a asegurar que nuestra Semana Santa está creciendo?

A veces pienso que se trata de una cuestión de masoquismo, de no estar conforme con nada, de negar la evidencia, de buscar incesantemente la aguja del pajar. Pero en la otra cara de la moneda, como si del extraño caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde se tratara, encuentro argumentos de peso que contrarrestan la afirmación del crecimiento anteriormente citado.

¿Somos más cofrades o los mismos repartidos en más hermandades? ¿Qué queda cuando rasco un poco más allá de la disposición y los puntos de luz en los cultos cuaresmales? ¿Quién asiste a las charlas de formación si no el séquito de las juntas de gobierno? ¿Qué porcentaje de hermanos conoce la labor asistencial de sus hermandades? ¿Quién me explica el transfuguismo musical en nuestra ciudad? ¿Qué significa para un nazareno vestir el hábito de su hermandad? ¿Estamos convirtiendo el sacrificio, las horas de esfuerzo debajo de un canasto en noches frías de invierno en ser los costaleros artistas que arrastran una legión de groupies que en muchos casos ignoran lo que portan encima de sus hombros? ¿Por qué aprovechamos mezquinamente el anonimato de una red social, para que como si del caballo troyano se tratase, sacudir a quien comparte credo y devoción? ¿Cuál es el verdadero sentido de la proliferación de nuevas hermandades? ¿Se evangeliza donde hasta ahora nada había o surgen al amparo del afán de protagonismo y pérdida de estatus en corporaciones que actualmente agonizan? ¿Por qué vivimos afanados en decidir la eliminatoria en una eterna tanda de penaltis entre Jaén y Sevilla?

Ya me gustaría poder tener argumentos suficientes como para sentar cátedra y poner fin a eternos dilemas cofrades cotidianos, ya me gustaría no tener que cuestionar por sistema nuestra identidad e influencias, ya me gustaría que llegara una cuaresma y que el dilema no estuviera en la concepción de nuestra tribuna oficial, el cartel, o el sevillanismo que invade y devora nuestra esencia y “profundas raíces jiennenses”. Sí, las raíces del eso ha sido así de “toa la vida” (la vida mía, claro está), las que confrontan visceralmente con el neofilismo de creer que hasta ahora nada tenía sentido.

Mientras tanto, y desde la distancia, queda conformarse con que el tiempo nos respete, con volver a vivir estampas envueltas en el papel de la ingenuidad, con disfrutarlas junto a los que aún tenemos entre nosotros, con sueños en blanco y negro, con reconfortarse en que solo aquel que entiende que negando lo que sabe, crece, es el que ha capturado la esencia de lo que implica haberse aproximado a la felicidad.

Artículo publicado en la revista número 4 de Pasión en Jaén

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