Así comenzaba Joaquín Cruz Quintás su pregón de Gloria, recordando como la ciudad renace cada año desde siglos atrás a un tiempo nuevo, de luz, de esperanza, de cofradías añejas, de tradiciones y costumbres, de religiosidad popular pura. En un Teatro Darymelia cuyo escenario lucía mantones y un capote de la Virgen de la Capilla, el pregonero hizo un exquisito repaso por las distintas hermandades de Gloria, Sacramentales y Patronales que son las “madres y maestras” de esta piedad popular que ahora mira más a la Pasión y olvida las romerías y sencillas procesiones que están en el germen de todo esto.
Con una prosa cuidada y poesías que fueron salpicando el relato en el que no faltaron alusiones históricas y paseos literarios por los rincones y parajes que se visten de gala cuando son los días grandes de cada cofradía, Joaquín Cruz levantó los aplausos en repetidas ocasiones y fue capaz de cautivar a los presentes con su lectura pausada, para que cada palabra, escogida con el máximo cuidado y acierto, calara como gota que cae en campo sediento.
Acompañado al piano por Jacobo Herrera, el pregonero disfrutó y contagió a un patio de butacas que se puso en pie para ovacionar un pregón de Gloria que quedará para la historia como uno de los mejor escritos de cuantos se recuerdan.