La Madrugada del Viernes Santo rememora la noche de la Pasión de Cristo. El cautiverio, las primeras torturas, los interrogatorios, las acusaciones. Todo pasó en la oscuridad de una noche que ahora recordamos sin sueño, desvelados porque en ella nos reencontramos con el Nazareno que camina sereno por la ciudad dormida incapaz de cerrar los ojos cuando el Señor porta la Cruz a cuestas.
Es medianoche y con el primer suspiro del Viernes Santo comienzan su procesión penitencial los verdes nazarenos del Gran Poder. Pasan por delante la puerta anexa a la Santa Cruz donde miran a Jesús y, tras santiguarse, continúan el sendero que seguirá el majestuoso paso de misterio de José Antonio Cabello. El Nazareno se encuentra con su Madre, la del Dulce Nombre, en una calle de la Amargura que esta Madrugá se encuentra en el barrio de Peñamefécit. La multitud sale a su paso, pero lejos de insultarle como ocurriera hace dos mil años, se acercan para pedirle y darle gracias, para echarle pétalos y besos.
La cuadrilla de costaleros del Gran Poder derrocha maestría bajo sones de cornetas y tambores marteños, ganando terreno en el largo itinerario que le conduce al corazón de la ciudad que conforme pasan las horas, acelera el pulso.
Las nuevas formas cofrades de la hermandad más joven de la nómina pasionista jaenera tienen su contrapunto en el sabor de siempre que representa Nuestro Padre Jesús Nazareno. La Cofradía de Jesús de los Descalzos se dispone a salir del Santuario Camarín y son las trompetas que con el penoso lamento, popularmente conocido como “cucharillas… cucharones”, anuncian el reencuentro de Jesús con Jaén.
Primero asoma la Verónica, santa mujer que porta el Santo Rostro de Cristo que guarda y custodia la Catedral de Jaén. Las mujeres promitentes la mecen con el cariño forjado con el paso de los años, los sufrimientos y las alegrías. Sin embargo, todas las miradas tienen un único foco y una melodía. La marcha que compusiera Emilio Cebrián suena a la par que el trono del Abuelo sale del atrio. Se suceden los vivas y las saetas, y los claveles caen sobre su túnica hasta confundirse con el bordado. Por los cantones que llevan su nombre inicia su larga procesión que le devolverá al pasado cuando llegue a la Merced, para encontrarse después con María Santísima de los Dolores donde siempre. La Madre sale con menos bullicio, pero entre la luz de unas velas que representan peticiones y plegarias. Su palio, joyero de oro y plata, reluce en la noche cerrada que contiene la respiración cuando se produce el encuentro.
Mientras, en un encuentro permanente de Jesús con María, el Gran Poder se planta en la Carrera donde se cruza con jiennenses que van de recogida tras hablarle al Abuelo de sus desvelos. Por un instante, ambas cofradías, tan alejadas entre sí, se encuentran a solo unos metros. Entre Cerón y Maestra, anda Jesús. En una calle, con el izquierdo por delante; en otra, de costero a costero. En la primera, un romano a caballo aparta a la multitud; en la segunda, la multitud se mira en el cirineo. Como dijo el poeta Almendros Aguilar, “todas las cruces son flores, si las sabemos llevar. Lleva con amor la tuya, que Jesús la sostendrá”.
Con la primera luz del alba despuntando el horizonte, la Hermandad del Gran Poder regresa a la Santa Cruz con el escalofrío que provoca el relente y el saber que todo ha concluido. A esa misma hora, Nuestro Padre Jesús Nazareno se cita con los mayores que esperan al día para su encuentro con el Abuelo. La Madrugada expira y el sol se impone para brillar en el dorado de su paso y deslumbrar en las potencias de un Dios que se hace hombre cada primavera.