Uno de los actos mas significativos de la antigua cuaresma jiennense era el via-crucis que cada domingo organizaba la orden tercera de san Francisco de Asís. Se iniciaba a las tres de la tarde en el patio del convento de “las bernardas”. El cortejo, encabezado por una sencilla cruz de madera, apenas se sujetaba a formalidades. Lo nutrían grupos familiares, decenas de señoras enlutadas y llorosas, gentes vestidas “de domingo”, chiquillos traviesos y curiosos…, todos dispuestos en filas informales que caminaban cantando salmos penitenciales. Y lo presidía un fraile franciscano al que acompañaban los directivos de la orden tercera.
La comitiva bajaba por el portillo de San Gerónimo, cruzaba una carretera de granada entonces sin tráfico y tras sobrepasar la blanca lonja de la “venta cañero”, se adentraba pausada en el polvoriento “camino de las cruces”.
El marco tenía una belleza indescriptible. Los campos arcillosos no ofrecían otras edificaciones que algún corralón ocupado por chatarreros y varios tejares. El camino, bordeado de enormes pitas y chumberas, presentaba ásperas terreras llenas de cardos y jaramagos. De trecho en trecho, elegante cruz de piedra con labrado medallón en la cruceta, señalizaba la correspondiente estación de la via sacra.
Al llegar a cada cruz, el fraile franciscano se encaramaba a un repecho del camino y predicaba la estación, siempre terminaba con un murmullo de rezos rematado indeflectiblemente con un cántico doliente: “…Perdón, oh dios mio/ perdón e indulgencia…”. La escena, desprovista de artificio, era devota y simplista. Llena de religiosidad auténtica y colmada de espíritu penitencial.
El via-crucis subía lento y pausado hasta la ermita. La rodeaba, ya entre olivos, para rezar las últimas estaciones y finalmente todos se congregaban en la ermita, ante el santo cristo del calvario, donde el fraile hacía las últimas consideraciones y daba por finalizado el acto.
Caía ya la tarde, cuando las gente emprendían en grupos de regreso. Algunos aprovechaban para entrar en el cementerio y hacer una fugaz visita. Otros comentaban en voz baja truculentas escenas de la dura postguerra acaescidas por aquellos andurriales. Caía mansa la tarde. Y la ciudad, a lo lejos, se revestía con un manto cárdeno de luz cuaresmal.
Texto: Manuel López Pérez.
Fuente: Enciclopedia Audiovisual de la Semana Santa de Jaén.
Tomo 2.
el otro dia visite esta ermita pero solo por fuera y da la impresion de que esta abandonada tanto por fieles como por ayuntamiento y la verdad me da pena que la costumbre se perdiera