En numerosas ocasiones repetidas año tras año, el mundo cofrade de nuestra ciudad parece estar de acuerdo de manera unánime en que uno de los pilares de los que adolece nuestra Semana Santa es la falta de cortejo, y en especial, de hermanos de luz. Desde el seno de todas las hermandades se intenta, unas veces con más fortuna que otras, poner en valor la figura del hermano nazareno, aquel que desde el anonimato viste el traje de estatutos de la hermandad acompañando a sus venerados Titulares durante todo el desfile penitencial.
Particularmente, cuando presencio el transcurrir de una hermandad, salvando honrosas excepciones, hay algo que me llama poderosamente la atención: la falta de armonía en el cortejo. Vivimos en una época en la que la juventud cofrade se siente atraída en mayor medida por la llamada de las bandas y el costal, creo que una realidad poco rebatible. Y como de armonía hablaba y no restando un ápice de importancia a estos dos colectivos, observo una gran desproporción con respecto a otro, el nazareno, el del hermano de luz.
Analizando este apartado, debería comenzar por no cargar las tintas sobre la juventud, algo bastante socorrido en nuestra tierra, y sí por la falta de costumbre en generaciones anteriores que no supieron legar la importancia y el significado de vestir el traje de estatutos de nuestras hermandades el día en que procesionan. Estoy plenamente convencido de que es precisamente por la falta de conocimiento, por la falta de importancia dada desde las propias hermandades, por lo que la situación actual es la que es. De aquellos barros, estos lodos.
No debemos mirar hacia otro lado y reconocer que ha prevalecido en orden de importancia el esmero en completar una cuadrilla de costaleros, promitentes o cuerpo de anderos y analizar minuciosamente su forma de andar, así como indagar en el repertorio de las bandas que acompañarán a nuestros Cristos y Vírgenes para que el conjunto guarde el mayor decoro posible. Mientras tanto, hemos asistido a la desaparición de secciones de hermanos de luz, a la dudosa uniformidad de sus trajes de estatutos, a la falta de cuidado en el calzado o en la manera de portar un cirio.
Todo lo anterior se ve relegado a un segundo plano y es ahí donde nace mi pregunta, ¿nos hemos preocupado en atraer, formar y en definitiva, dar la importancia que merece este colectivo en nuestra Semana Santa? Mal que me pese, entre todos la matamos y ella sola se murió.
Un hermano de luz no debería ser un número más en la cuota de cualquier cofradía, por no decir un número más de cuenta donde domiciliar un recibo. Fomentar su implicación no debería remitirse a que vengan a recoger una túnica prestada en la mayoría de las ocasiones por la hermandad y hasta el día de la procesión. Y es que nos acordamos de Santa Bárbara únicamente cuando truena. Es decir, cuando nuestras filas languidecen. Cuando nuestros cortejos se ven desproporcionados en los vídeos que tenemos la suerte de ver a posteriori, cuando las bandas de los distintos pasos se solapan por la falta de espacio entre unos y otros, o cuando los inmensos espacios que se dejan entre una fila de hermanos y otra rozan lo ridículo.
Cada vez creo menos en los llamamientos repentinos y a la fuerza, y más en el reforzamiento de una base espiritual y formativa. Y conste que lo digo en todos los aspectos, pero quizás con el hermano de luz no estemos siendo lo suficientemente consecuentes. En esta bendita ciudad, nos llega en ocasiones a molestar la comparativa con otras de nuestro entorno. O cuando nos comparamos, únicamente lo hacemos en aquello que nos gusta o nos resulta más llamativo. Y en aspectos más introspectivos, de vivencias íntimas y anónimas, no entramos.
Deberíamos ver como se cuida en determinadas capitales andaluzas, ¡ojito!, que como decimos en Jaén, en todos lados cuecen habas, la participación de los hermanos de luz.
Charlas formativas que reseñan el carácter de la hermandad, procedimientos de aceptación para formar parte de la misma, protocolos a cumplir en solemnes juramentos, la enseñanza a los nuevos hermanos que visten por primera vez el traje de estatutos, la idoneidad del mismo en su confección y su manera de vestirlo, la costumbre transmitida de generación en generación, la importancia de cumplir un escrupuloso orden de antigüedad… Todo esto, lejos de distanciar al hermano con la hermandad, lo une de manera férrea a un sentimiento muy ligado a reminiscencias pasadas, a una herencia familiar o a la identificación con una forma de manifestar públicamente su fe junto a sus hermanos.
Hemos aceptado en gran medida, que las filas de hermanos de luz sean formadas por hermanos jóvenes que esperan su momento, es decir, tener la edad establecida en cada hermandad, para salir de costalero. Los mayores, también en la misma medida, optan por ver a su hermandad desde la acera o desde el balcón y pocos son los casos, pero haberlos haylos, que dan ejemplo a esos jóvenes de lo que significa vestir con dignidad la túnica de su hermandad.
Poco de esto podemos transmitir cuando desde el propio núcleo de una hermandad, desde donde se establecen y refuerzan criterios como es una Junta de Gobierno, carecemos del convencimiento necesario. Con todo lo expuesto, ¿sería posible ver en nuestra Semana Santa un auge de hermanos de luz similar al que han experimentado otros colectivos en tan solo un par de décadas?
Tiempo al tiempo.
Santiago Capiscol
(Artículo publicado en el número 2 de la revista de Pasión en Jaén)