Cada año, los rocieros jiennenses se despiden de Jaén antes de iniciar el camino a la aldea almonteña. Y lo hacen con una procesión con la carreta de plata y su Simpecado, con la que visitan a la Patrona de la ciudad, la Virgen de la Capilla, y a Nuestro Padre Jesús Nazareno. Además, en esta primera etapa urbana de su peregrinación, también se acercan a la parroquia de Cristo Rey y últimamente, suelen encontrarse en la calle con la Virgen de la Estrella en su rosario vespertino. El hecho de no haber camino este 2020 por culpa de la pandemia de la covid-19, no ha impedido que suene la flauta y el tamboril en unas calles con menos bullicio del habitual, y que la Hermandad del Rocío de Jaén cumpla con sus tradicionales ofrendas.
Primero fue en Cristo Rey. Una representación de la junta de gobierno de la cofradía del Rocío acudió hasta este templo que es sede canónica del Silencio y del Perdón. Allí, tanto a la Esperanza como a la Madre de Dios, se entregaron las flores y se rezó la primera Salve. Después, tras varios años sin acceder al interior de la Basílica Menor de San Ildefonso, los rocieros entraron para hacer lo propio a Nuestra Señora de la Capilla. Rezos entremezclados con la Salve Rociera para la Patrona de Jaén. En el Santuario Camarín de Jesús terminaba una procesión atípica. Junto al Nazareno se cantaron y rezaron las últimas plegarias de una despedida simbólica. Los rocieros de la capital del Santo Reino no se marcharán físicamente, pero sus mentes y sus corazones, hace días que ya están en las marismas.