Por Jose Gómez Garrido
Con la llegada del tiempo de cuaresma el mundo cofrade empieza a venerar a las imágenes de sus cofradías, y muchas de estas obras de arte vieron la luz gracias a la influencia de un puñado de grandes escultores jiennenses
Hubo grandes escultores jiennenses que triunfaron en Sevilla. Con la llegada del tiempo de cuaresma el mundo cofrade empieza a venerar a las imágenes de sus cofradías, y muchas de estas obras de arte vieron la luz gracias a la influencia de un puñado de grandes escultores jiennenses. No están todos los que son, ni son todos los que están. Pero ciertamente, hay un trío de ases que indiscutiblemente pusieron patas arriba la imaginería religiosa desde el siglo XVI en adelante. Nos referimos a Pablo de Rojas, los Ocampo y al insigne maestro Juan Martínez Montañés como culmen de lo anteriormente expuesto.
Aunque muy anterior, durante este tiempo de la historia andaluza se consolida firmemente la Escuela Sevillana de Escultura gracias a artistas sobradamente conocidos en el mundo cofrade y que pegaron un puñetazo sobre la mesa en los modos y conceptos, que se seguirían ciegamente a partir de ese instante por la práctica totalidad de los imagineros que llegaron a la postre. Y si empezamos por el principio, tendríamos que fijarnos también en la Escuela Granadina. Concretamente en un oriundo de Alcalá la Real.
Pablo de Rojas
Nos referimos a Pablo de Rojas que nació en esta localidad jiennense allá por el 1549, aunque a los 10 años se trasladó a Granada para recibir las enseñanzas de Rodrigo Moreno. Intervino junto con otros escultores entre los que figuran Juan Bautista Vázquez y Bernabé de Gaviria en el retablo del Monasterio de San Jerónimo en Granada. Entre sus obras hay un elevado número de crucifijos, de los que se pueden señalar el del Seminario Mayor, el de la capilla de las Angustias en la Catedral o el de la Casa diocesana de acción católica todos ellos en Granada. Otras obras destacables son el Cristo atado a la columna de la Iglesia de San Matías y Ntro. Padre Jesús Nazareno de Priego de Córdoba. Y dicen los entendidos que el magnífico Cristo de la Humildad de Baeza podría llevar su firma también. ¿Pero por qué es tan importante Pablo de Rojas para la Escuela Sevillana de Escultura? Porque lanzó al mundo a su alumno más aventajado, a Juan Martínez Montañés.
Martínez Montañés
Raro sería que el lector de este artículo no hubiera escuchado nunca el nombre de este insigne escultor. Enseguida se viene a la cabeza quizás la que sea su obra cumbre, el Señor de Pasión de la cofradía del mismo nombre radicada en la Iglesia Colegial del Divino Salvador de Sevilla. Uno de los Cristos con más devoción en Sevilla, Andalucía, España y el Mundo. Muchos, decimos, habrán escuchado el nombre de Juan Martínez Montañés pero todavía hay gente que desconoce que este artista del barroco nació en Alcalá la Real en 1568.
Su obra conserva la sobriedad clásica propia del Renacimiento, aunque aportando la profundidad de la escultura del Barroco. Aunque se formó en Granada con Pablo de Rojas, completó su educación en Sevilla, donde se estableció para el resto de su vida, convirtiéndose en el máximo exponente de la escuela sevillana de imaginería. Prácticamente toda su obra fue de tema religioso, menos dos estatuas orantes y el retrato de Felipe IV. Algunos lo conocen como el ‘Dios de la Madera’, y este apelativo no es nuevo puesto que su origen se remonta a su tiempo, en vida, en la capital hispalense.
No podemos olvidar que gracias a Martínez Montañés, el mundo cofrade es lo que ahora mismo es. El barroco imaginero se construyó en sus manos. Y una buena muestra de la influencia que tuvo Montañés en sus coetáneos y posteriores fue la obra, junto a la Macarena, que se encuentra en el Top del devocionario religioso mundial. Nos referimos inequívocamente a Jesús del Gran Poder de Sevilla. Esta obra estuvo, durante mucho tiempo, atribuida a Martínez Montañés. Hasta que se descubrió hace unas décadas que su gubia no había sido la artífice de la talla, fue la de su discípulo, el cordobés Juan de Mesa.
Los Ocampo
Para finalizar con el inicialmente mencionado trío de ases, habría que volver unos años atrás y plantarnos en 1555, cuando nació en Villacarrillo el escultor Andrés de Ocampo. Su padre fue el ingeniero Francisco de Ocampo. Residió con sus padres en Úbeda. Alrededor de 1567, cuando contaba con doce años, se trasladó a Sevilla, donde comenzó como aprendiz del escultor Jerónimo Hernández. En 1575 fue aprobado como escultor y arquitecto por el encargado del gremio, Pedro de Heredia Gaspar del Águila. Andrés de Ocampo tiene en su currículo, entre otros, el magnífico Cristo de la Fundación de la Cofradía de los Negritos de Sevilla, que procesiona el Jueves Santo hispalense. Curiosamente, este año se cumplen 400 años de la hechura de este magnífico Jesús crucificado. Esta escultura es réplica de otra que Ocampo realizó un par de años antes para la Catedral de Comayagua en Honduras y por encargo del rey Felipe IV.
Pero es que no queda ahí la cosa en la saga de los Ocampo, porque su sobrino Francisco de Ocampo Felguera también fue un exitoso artista de la imaginería en el Siglo de Oro sevillano. También nació en Villacarrillo, en el año 1579. Que esta ciudad fue la cuna natal de Francisco de Ocampo no ofrece la más mínima duda por un documento, fechado en 1633, en el que se otorgaba poder suficiente a su cuñado y a su hermana, Ana de Salazar, para poder vender los bienes que su padre les había legado a ambos como herencia. En esta escritura se dice por el propio Ocampo su pertenencia al obispado de Jaén, término de Villacarrillo.
También estuvo en el taller de Juan Martínez Montañés, recibiendo sus influencias artísticas. Al igual que su tío, entre otras muchas obras, talló un crucificado clave para el barroco sevillano y que influenció a muchos otros artistas. Francisco de Ocampo fue el artífice del poderoso Cristo del Calvario de la cofradía del mismo nombre de la madrugá sevillana. Como podemos contemplar al leer este artículo, muchos de los más influyentes escultores imagineros nacieron en la provincia de Jaén, dejando un reguero de seguidores que, en cierta forma, imitaron el saber hacer de estos artistas de nuestra tierra.