Por Rafael Romero-Labella Cantero
Toda tradición que se precie de serlo pasa por mejores y peores momentos. No hace falta que nadie nos explique a estas alturas cómo ha evolucionado la estética de nuestra semana grande y cómo, después de cada crisis, ha resurgido con más fuerza pero también reinventándose. En la mayoría de los casos, desgraciadamente, dejándose por el camino una parte de su personalidad. Recuperarla, allí donde más nos hayamos dejado, forma parte de una responsabilidad de futuro a la que estamos llamados sin necesidad de que una nueva crisis nos obligue.
La pandemia fue también una crisis y una oportunidad de centrarnos en la estética más interior de las cofradías: en sus altares de cultos. Altares que en la memoria de Jaén han quedado relegados a un pasado de blanco y negro y fotografías perdidas. A diferencias de otras provincias, Jaén, ha sufrido una pérdida material y memorística enorme en este aspecto de expresión de cultos de nuestras hermandades. Primero la Guerra Civil nos condenó a una carestía patrimonial que empobreció nuestras iglesias y cofradías hasta dejarlas sin imágenes en algunos casos, para después recibir la trágica puntilla con el Concilio Vaticano II y su consiguiente reforma.
El Concilio, con el acertado acercamiento de la liturgia al pueblo, reinterpretó la “religiosidad popular” bajando al suelo las imágenes de sus grandes peanas, desvistiendo mesas de altar, reduciendo el tamaño de estos y revistiendo de extrema sencillez toda expresión religiosa; cuando no relegándola a rincones de iglesias, transmitiendo al pueblo un mensaje descorazonador sobre sus sentimientos religiosos heredados durante generaciones.
En las últimas décadas, ese radicalismo, ha dejado paso a un mensaje más sincero y abierto a las expresiones religiosas de las cofradías, muy marcadas por la tradición. Y esa es la palabra clave: tradición. Que solo es posible desde el conocimiento profundo, evitando la mera copia de otras provincias y buscando en nuestros archivos esas imágenes que nos hablan de una expresión que también se ha vivido en Jaén sin que debamos envidiar en nada a otras provincias. Tradición e innovación, que son conceptos compatibles cuando planteamos el segundo término como el desarrollo o progreso de una idea esencial, arraigada en la personalidad de un colectivo, una sociedad o una cofradía. Porque solo salvando las esencias y el lenguaje reconocible se puede conseguir que una tradición tenga garantía de continuidad.
Los altares barrocos de Jaén, que a menudo contaban con el fondo de sus monumentales retablos de iglesia, cuando no exuberantes mantos reales, están grabados en nuestra memoria documental. Aparatos que cofradías tan señeras como la Vera Cruz, la Congregación del Santo Sepulcro, la Expiración o la Cofradía de Jesús de los Descalzos han dibujado la personalidad propia de esta ciudad a lo largo de su historia.
Y esta es la idea que ha inspirado en estos últimos años el cambio de modelo en los altares de la Cofradía de Los Estudiantes. Buscando en las referencias históricas de nuestros orígenes, en el espíritu pastoral que nos define y en la personalidad que hemos construido a lo largo de los más de 75 años de historia de la hermandad. Eso y no otra cosa es lo que resume nuestro lenguaje de cultos: símbolos, detalles, escudos y la presencia de los padres fundadores de la orden franciscana de la que se forma parte.
En lo que se refiere a los altares de Cuaresma, al que cabe sumar el del triduo extraordinario celebrado en septiembre del pasado año con motivo del septuagésimo quinto aniversario fundacional, podemos comprobar ya una importante evolución. Progreso que no solo lo es de envergadura o número de cirios, sino de lenguaje. El altar se ha enriquecido realmente de personalidad, de esencia estudiantil y de referencias propias que los cofrades son capaces de reconocer. Ahí encontramos el auténtico valor en el que todos nos encontramos.
Por dar unas pinceladas a lo realizado para esta Cuaresma, comentar el estreno del nuevo fondo del dosel en terciopelo y damasco, la participación del Real Monasterio de Santa Clara con el préstamo de jarras y un valioso y desconocido Niño Jesús de la Pasión que guardan en su clausura. Para esta ocasión se ha recuperado el magnífico frontal de altar de las Benditas Ánimas de la desaparecida iglesia de San Lorenzo, que durante décadas ha estado en el coro alto de nuestra parroquia, alejado de las miradas del pueblo. Detalles como el escudo claretiano que preside el altar es un alegato de nuestro carisma compartido con los franciscanos, cuyos padres fundadores encontramos también presentes en el altar. Finalmente hacer mención a la participación del Grupo Joven y miembros de la Vocalía de Altares para la realización artesanal de las “flores de talco”, realizadas a base de telas encoladas y aluminio, y que mezcladas con mimosas y statice, han sido muy aplaudidas en estos días.
La disposición de la cera realiza un dibujo piramidal y espigado, y en el caso de la Santísima Virgen reproduce las tradicionales “media luna” con las que las dolorosas de Jaén se disponían en hornacinas dentro de retablos y altares en los siglos XVIII y XIX. Además, el concepto de la cera rodeando en su totalidad a nuestras benditas imágenes titulares no solo responde a la estética de los altares de cultos que imperaron en el Jaén antiguo, sino que enlaza con una simbología piadosa tradicional del pueblo: cada cirio se asemeja a ese anhelo, petición o súplica de cada hermano, de cada devoto que cantamos una y otra vez al rezar la Salve: “Ad Te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimarum valle” (A Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”). La Virgen de las Lágrimas, como madre e intercesora nuestra que es, hace suyas todas ellas para elevarlas a su Hijo, nuestro Señor de las Misericordias.
Desde estas líneas, quisiera animar al mundo cofrade a no desanimarse ante el trabajo que supone apostar por altares de culto, pues la recompensa es mucha y, desde esta parcela, podemos aportar un significado complementario a la función principal de una cofradía, la liturgia de celebrar a Dios y el rendir culto a nuestros sagrados titulares. Igualmente animar a la Agrupación de Cofradías de nuestra ciudad, a tomar conciencia de esta realidad, promoverla y concienciar sobre ella, pues en ello también se basa la dignidad de la puesta en la calle durante nuestra Semana Santa.