Cuando el año expira, surge en Cristo Rey la luz de aquello que nunca se pierde. Su belleza sobresale en el Jaén moderno alocado por las compras navideñas, frente al resplandor de un alumbrado que no puede anunciar la divinidad que impera en la penumbra del templo. Durante tres días, Ella centró las miradas de momentos de sosiego, oración y paz a su vera, pero hubo un instante que contuvo cualquier pena, que desprendía el verdor de un tiempo de ilusión, de confianza, de Esperanza.
El mismo 18 de diciembre, Día de la Esperanza, la parroquia que guarda la Esperanza jaenera fue un ir y venir de cofrades y devotos que acudieron a besar la mano de la Madre del Niño que pronto llegará. El Altar efímero se antojó insuficiente, a pesar de su espectacularidad, para mermar la luz de un rostro que habla, de unos ojos que sienten, y unas manos que dan vida.
Fotografías: Manuel Quesada Titos