Hay quienes lo denominan vísperas mientras la mayoría prefiere contar para atrás con el anhelo de que las jornadas se agoten con el alba de la mañana de la Luz. Sin embargo, la Cuaresma es por muchas razones, el tiempo de la espera. La espera del primer nazareno blanco que remueva recuerdos de infancia; la espera de la bulla de emociones desbordadas y de la oscuridad de noches de regresos con la luna por testigo. Cuarenta días intensos para el cofrade que quisiera alargar lo que solo acontece en siete.
Algunos, los más puristas de aquello que no puede ser apropiado por nadie porque es de todos y a su vez de cada uno, señalan los males de lo “jartible” aludiendo a un “se nos rompió el amor de tanto usarlo”. Como si el repeluco de la Cuaresma fuera incompatible con el escalofrío del alma que produce el encuentro, el tuyo, con la mirada de ese Cristo que es más hombre que Dios porque así lo quiso el de arriba para poder mirarte a los ojos. Escalofrío que conmueve el corazón cuando las lágrimas brotan escapando a una emoción contenida durante todo un año. Escalofrío cuando la saeta rompe el silencio, cuando la corneta se desgarra y el cirio de tu propia vida llora sobre el asfalto agotando otro año con la única esperanza de repetirlo en la siguiente primavera.
Se acerca lo bueno y eso se intuye en el ambiente de la ciudad dormida que espera que las golondrinas despierten las tardes de los días sin nada para llenarlas de navíos costaleros movidos por oleadas de devoción, de palios que coquetean con el aire para guardar la esencia del primer Sagrario. Tardes de torrija y pestiños, de recuerdos y sueños.
Mientras tanto, los ensayos de bandas y costaleros, las presentaciones de carteles y boletines, los pregones y los cultos coparán la agenda de quienes disfrutan de la espera o simplemente, así la hacen más llevadera. Las tertulias de bar y casa de hermandad darán para mucho. Para repasar los estrenos, para comentar las marchas o para sacarle punta a unos horarios de jornadas que crecen a la par de una Semana Santa que se mira al espejo cada vez con menos complejos. Seguramente, ese sea el camino.
En este compás que nos conducirá hasta la Iglesia de Belén y San Roque, donde comienza todo, Pasión en Jaén vuelve a ofrecerse para acompañar al cofrade y hacer más llevadera la espera. De Cuaresma en su sentido más amplio se impregna esta publicación que adelanta el estreno de una nueva primavera en la que serán muchas las novedades que luzcan nuestras hermandades. Algunas finalizando proyectos y otras iniciándolos, enriqueciendo patrimonio y conservándolo para que el legado material esté a la altura del devocional.
Durante estos días acudiremos a preparar túnicas, costales o mantillas, y pasaremos por los templos donde nos esperan quienes nos quitan el sueño. Y entonces, el incienso nos despertará y pondrá a latir las emociones pregonando mañanas de luz y noches de candelería. Nazarenos de caramelo, marchas en el interior de un coche, medallas y corbatas. Serán muchos los indicios que nos lo recuerdan para que la ansiemos, para que viajemos en el tiempo a un futuro cada vez más cercano. Ante todo esto, sé paciente, porque todo llega.
Publicado en el número 2 de la revista Pasión en Jaén