La puesta en escena de las hermandades en las calles, en el fragor de la bulla, impide apreciar muchos de los detalles y símbolos que conforman su rico patrimonio. Arte sacro en el que nada se deja al azar, y que emplea la belleza para entrar por los ojos de los fieles y llegar directamente a su corazón.
Este tiempo de pandemia, poco dado a acciones multitudinarias, ha llevado a las cofradías a reinventarse para seguir llegando a la gente, para seguir transmitiendo su mensaje catequético pero de forma estática. Las veneraciones que disfrutamos en la pasada Semana Santa o las exposiciones, se han convertido en herramientas idóneas para que cofrades y no cofrades se acerquen a la singularidad de esta manera de sentir y vivir la fe. Una forma nueva que sí permite apreciar lo mucho y bueno que atesoran las hermandades.
Patrimonio con siglos de historia o nuevo a estrenar, detrás del que subsisten oficios artesanos que habrían desaparecido si no fuera por los encargos que realizan las cofradías. Orfebres, bordadores o tallistas que realizan verdaderas obras de arte, que con la calma que permite este tiempo raro de espera, se pueden apreciar en su verdadera dimensión.
Evangelizar mediante el arte. Una misión que las hermandades llevan siglos desempeñando conscientes de que la belleza solo es una vía para acercarse a Dios.