Vayan estas líneas, nunca a modo de crítica sino de reflexión irónica e interna y con mucha guasa cofrade, desde el título, que tomo prestado de un buen amigo y costalero sobre un posible artículo que muchos pensábamos bromeando, y nadie aún se atrevió a escribir.
El llamador, dícese de aquel elemento normalmente argénteo o dorado de no muchos centímetros de medida y poca envergadura que suscita un poder seductoramente atrayente para muchas personas del entorno cofrade y capillita. Una pieza pequeña a simple vista, que a veces encierra una compleja y difusa realidad oculta tras su perno, yunque y estribo. Curioso que algo tan aparentemente insignificante encierre muchas veces divisiones, delirios de grandeza, o incluso una especie de conjuro embaucador que puede llegar hasta a cambiar la personalidad y los valores de quien se amarra a él al mas puro estilo del doctor Jekyll y Mr Hyde. Pocos son los agraciados que aún agarrándose al martillo no han cambiado su personalidad forjada con los años a golpe de llamá en el canasto o de castañazo de madera en la parihuela de ensayo.
El sonido seco del llamador (vease también, campana) es canto de sirena para devociones “puras” de la noche a la mañana a la imagen que lo ostenta, por parte de quien aspira a tocarlo, o de amistades “sinceras” del embaucador de turno, otorgando un vapor de privilegio social-capillita raramente comprensible.
El sugestivo poder del Llamador, es todo un misterio digno de analizar por el mismísimo Iker Jiménez y su Señora, pero no siempre tiene por qué ser así, pues al compás de su eco bajo las trabajaderas también se crean amistades sinceras, sin comillas, sobre todo de la gente humilde que sacrifica su tiempo y su trabajo por arrimar el hombro o la cerviz al palo por devoción, convencimiento o simplemente por afición, que no tiene por qué ser mala si se hace desde la humildad y el respeto. Siempre respeto, desde el que lo toca, hacia el que lo escucha, y así recíprocamente, es la base para que todo esto funcione, y de hecho así funciona, siendo todas estas sátiras una guasa meramente anecdótica, ante el poder que su sonido genera al levantar al cielo al hijo de Dios hecho hombre y a su Santa Madre.
Es relativamente fácil no dejarse seducir por su poder, si por delante se pone la humildad y el trabajo desinteresado, si se antepone el bienestar de la gente de abajo, tanto físico como psíquico, por la “finura” del paso andando en cuestión, que todo se puede hacer sin necesidad de denostar otra cosa, o nunca mejor dicho, sin necesidad de desvestir a un Santo para vestir a otro.
En estas fechas de frío, agua y viento, en las que los locos del mundo de la trabajadera nos veremos en las calles de la ciudad y en los polígonos industriales pasando penurias para preparar apenas unas horas de estación de penitencia, dejémonos llevar por su poder mas benigno, el que nos convoca a confraternizar con nuestros compañeros de cuadrilla, y a vivir el sueño de los despiertos que cada primavera, obra el milagro del andar de nuestros titulares, por las calles del Santo Reino.