Tuvo su origen esta devota cofradía, que llegó hasta nuestros días, en el religioso convento de la virgen Coronada de los Padres Carmelitas, sito en la hoy plaza de los Rosales.
Sus estatutos fueron aprobados el 4 de mayo de 1696 por el obispo D. Antonio de Brizuela y Salamanca (1693-1708). Era una clásica cofradía de Gloria, cuyos fines consistían en atender las necesidades espirituales de los hermanos, costear su entierro y ofrecer sufragios por su alma. Fué una cofradía modesta, que carecía de bienes y se mantenía solo con los cabos de año que pagaban sus hermanos. El número de cofrades siempre fué corto, por lo que tuvo que soportar no pocos pleitos en razón a las deudas de misas que solía contraer.
Veneraba como titular un crucificado titulado "Señor de las Penas", acogido en una de las capillas del convento, del que se colocó una réplica en una hornacina, todavía existente, en la fachada de la casa número 42-44 de la calle de Martínez Molina.
Pese a su modestia, fué una cofradía muy constante pues a lo largo del siglo XVIII no tuvo interrupciones, ocupando habitualmente el lugar décimo en el censo general de cofradías, puesto que asumía disciplinadamente en las procesiones generales y de rogativas a las que habían que asistir todas las hermandades.
Precisamente hasta su extinción en los años sesenta del pasado siglo, el hermoso estandarte de terciopelo carmesí, con lámina enmarcada en plata, exhibió bordados dos escudetes, uno de los P.P. Carmelitas Calzados y otro donde figuraba el número 10 que aludía a su antiguedad y orden de prelación.
Trás la desarmotización de Mendizábal y el cierre de la Coronada en 1836, la imágen y cofradía pasaron a la parroquia de San Pedro, donde al venerado Señor de las Penas, se le habilitó un modesto retablo, con camarín flanqueado de columnas pareadas entre las que se mostraban las imágenes de San Elías y San Andrés de Cósimo.
En 1896 reformó sus estatutos, aunque respetando en esencia sus antiguos y tradicionales usos y costumbres. Cuando en 1908 se cerró por ruina la iglesia de San Pedro, la imágen y cofradía se trasladaron a la iglesia de San Juan.
La fiesta principal se celebraba el último domingo de abril. Por la mañana había misa cantada, con sermón y a la tarde se celebraba la procesión que finalizaba trasladando el gallardete al domicilio del nuevo hermano mayor, donde se ofrecía un convite. Durante los siglos XIX y XX esta hermandad estuvo muy ligada a familias agricultoras y ganaderas del entorno del popular arrabalejo, En la guerra civil se perdió la imágen y cesó la actividad de la cofradía, que al reorganizarse se radicó en el convento de Santa Clara, adquiriendo una nueva imágen en 1948, Se estableció entonces el uso de llevar en procesión la imágen del cristo hasta la casa del hermano mayor donde se custodiaba y veneraba hasta el año siguiente que se recuperaba para la fiesta.
Transmitida por devoción familiar, pervivió hasta mediados de la década de los años sesenta, acudiendo con puntualidad su estandarte a la procesión del Corpus. Luego, a medida de que las familias que les daban vida se fueron extinguiendo, la cofradía se apagó lentamente. La imágen, por desacuerdos con la parroquia de San Juan, anduvo unos años peregrinando por los domicilios de algunos de los antiguos cofrades, hasta que en 1986 la familia que la custodiaba la cedió a la nueva parroquia de Santiago, donde hoy se venera.
Pocos son los que todavía recuerdan a esta piadosa cofradía que unos llamaban del Stmo Cristo de la Coronada y casi todos del Señor de las Penas. No estaría de más que, dada su relativa cercanía a nuestro tiempo y pervivencia, aún, de antiguos cofrades, alguien se ocupara de recoger sus vestigios y memoria antes de que se pierdan definitivamente en el más injusto de los olvidos.
Fuente: D. Manuel López Pérez – Revista Pasión y Gloria nº 24.
Totalmente de acuerdo con el último párrafo de este precioso artículo.