No lo tenía fácil el pregonero de una Semana Santa interior, espiritual, sin procesiones. En su discurso no cabían las cofradías y sí las hermandades, por eso, José Ibáñez pregonó a los cofrades más que a las corporaciones. Y lo hizo sin adornos y ambages. Claro, sencillo a la par que profundo, directo, con la sabiduría de conocer bien un mundillo en el que ha dejado buena parte de su vida, en primera, en segunda o en tercera fila, siempre presto al trabajo, al servicio.
Todo en el Teatro Infanta Leonor estaba acorde al momento que nos ha tocado vivir. La escenografía era comedida, con la antigua Cruz del Santísimo Cristo de la Humildad presidiendo un sencillo altar iluminado y exornado con faroles y jarras del futuro paso de María Santísima Madre de Dios. Y junto a la cruz, la Biblia, a la que acudió de forma constante y acertada el pregonero a lo largo de su disertación. No hacía falta más, porque la esencia estaba.
Después de que la Banda Municipal de Jaén interpretara las marchas Soledad Franciscana y María Santísima Madre de Dios, y tras cederle el testigo el pregonero de 2019, Francisco Javier Alcántara, José Ibáñez tomó la tribuna.”Hace un año tenía que haber comparecido ante vosotros para, en nombre de las cofradías de Jaén, exaltar la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor, pero Dios esa mañana, al cambiar el elegante chaqué por
un desechable EPI, me bendijo de otra manera: me pidió que en vez de ser
su voz, fuera sus manos”, recordó el pregonero al inicio de su intervención.
En la primera parte, José Ibáñez reivindicó y criticó el papel del cofrade en la Iglesia. “¿Cómo pueden los laicos de nuestra iglesia reunirse y no estar los cofrades? No es que la Iglesia nos necesite ahora. ¡Es el mismo Jesús el que nos necesita! ¡Sí, ese que veneras bajo cualquier advocación, es el que necesita de ti! ¡Su Buena Noticia, su Evangelio, hay que llevarlo al medio de un mundo complejo y hostil, y tú, cofrade, estás llamado a hacerlo!”.
El pregonero también echó la mirada atrás, a sus inicios cofrades y recordó su vínculo con las cofradías de la Expiración y el Silencio, antes de adentrarse en una reflexión por la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo a través de las Imágenes y misterios de las propias hermandades jiennenses. “Lo que conocemos de la Semana Santa se escribió según lo que contemplaron unos ojos que no alcanzaban a entender lo que veían. Es el
recuerdo de algo vivido; revivir lo que sucedió hace ya casi dos mil años”, dijo José Ibáñez para introducir su recorrido introspectivo y a la vez, apelativo.
Una de las partes más novedosas fue la que dedicó a la Virgen María, “la madre a la que tan poca atención prestábamos. Sí. La imagen de María en la calle era, y a veces aún lo es, la que sufría nuestras prisas, nuestros cansancios; la que veíamos de lejos; aquella ante la que nuestro amor se cuestionaba cuando no la esperábamos”, algo que ha cambiado “porque, sin darnos cuenta, hemos cambiado a la Virgen por María; hemos cogido a esa Virgen, a la Señora que habita los cielos, y la hemos bajado a la tierra; la Virgen, la Señora, ahora es María, la Madre, y así parece estar más cercana; a la Madre de Dios la vemos con ojos humanos, pues todos tenemos una madre de la que sentirnos orgullosos”.
Uno de los momentos más emotivos del pregón se produjo cuando el pregonero recordó a las personas que han fallecido en su puesto de trabajo como consecuencia de la pandemia. “Se nos han ido personas con nombres y apellidos, con una vida, con una familia que en la mayoría de los casos no han podido ni siquiera verlas. De esas personas siempre recibimos más de lo que les habíamos dado, por eso, más de una lágrima hemos derramado”, reconoció a la vez que alzaba la voz para denunciar la Ley de la Eutanasia. “Ahora me dicen que nada de eso vale, que lo mejor es aligerar todo con la muerte, lo digo aquí, bien claro: que no cuenten conmigo para ocasionarle la muerte a nadie. Mi Dios es el Dios de la vida y del Amor, mi Dios no es el hombre de la miseria y de la muerte”.
Con la esperanza en la Resurrección y en “volver a vivir el planchado de las túnicas, rebuscar el atuendo costalero, ensayar en noches frías, recoger papeletas de sitio, montar pasos en veladas nocturnas, rezar en los retranqueos”, finalizó un pregón en el que José Ibáñez interpeló al cofrade a abandonar miedos y temores. “¡No te quedes en el templo! ¡Vete a tu Galilea! ¡Allí te espera Jesús!”.
En galas como los Goya, la organización eligió a una enfermera para entregar uno de los premios, un gesto de reconocimiento a quienes han estado y lo siguen estando, en primera línea de la pandemia. En Jaén, la Semana Santa de la pandemia fue pregonada por un enfermero, con la salvedad de que su designación fue antes de que supiéramos qué significaban palabras como seroprevalencia o PCR. Hay quien dirá que es solo casualidad, pero en las cosas de Dios, ese factor no se contempla. Por eso, antes de iniciar su pregón, José Ibáñez dejó su gorro de trabajo al pie de la Cruz, un gesto que resumiría todo lo que vendría después.
Fotografías: César Carcelén