Despierta la primavera con el amanecer de un nuevo Domingo de Ramos. El tempranero repicar de las campanas de Belén y San Roque anuncia la llegada de un tiempo nuevo al que los jiennenses acuden puntuales, fieles a su cita con la memoria de quienes perpetuaron entre su estirpe, el hosanna mejor aprendido para acompañar a la cofradía de la inocencia.
Sus miradas solo perceptibles a los ojos del alma, esperan asomadas en el balcón de la eternidad, los tres golpes secos de la “Llamá” con los que Jaén da inicio a su Semana Santa.
Se abrirán gloriosas las puertas del gozo y los cofrades pasaremos de las tinieblas de la muerte a la luz de la vida en un anticipo de lo que habrá de venir. Ya lo dijo el poeta; “Bella ciudad de luz”, esa que impetuosa se bañará en nuestros cuerpos cuando traspasemos el dintel del templo siguiendo al árbol de la vida.
Saldremos a la calle y volveremos a estrenar hábito de inmaculada blancura, en el que tu abuela dejo impregnados rezos y plegarias en forma de puntadas de hilo, en frías tardes de invierno sobre una mesa camilla.
Bajo el caperuz nos aislaremos del tiempo y del mundo para reencontrarnos con nosotros mismos, en un acto de contrición donde descubriremos la fugacidad de lo vivido y cual frágiles somos. Él, siempre dispuesto a perdonar, nos esperará con sus brazos abiertos al final del camino como en la parábola del hijo pródigo.
De manera furtiva, volveremos la vista atrás para ver el dialogo de Jesús con esa pareja de hermanos que salen a su encuentro. Y recordaremos el pasaje evangélico donde se nos enseña el camino de la salvación; “si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 18:III)
Al doblar una esquina recibiremos emocionados, la sonrisa agradecida de quienes nos precedieron en la fe al entregarles una pequeña hoja de palma, la cual será cuidadosamente guardada en los hogares como señal de bendición, hasta la próxima cuaresma.
Ascenderemos por “La Carrera” con la tranquilidad de ver a Jabalcuz “desmonterado” y una leve brisa aliviará los inmisericordes rayos de sol cuando nos adentremos en la calle Campanas, rodeados por los centenarios muros catedralicios a la altura del “Balcón de Pilatos”.
En el bolsillo de la túnica buscaremos aquella pequeña estampa que en cierta ocasión te regaló un fiscal de tramo. Arrugada y doblada por el paso del tiempo, la miraremos y no podremos evitar recordar cuando en la vida no veíamos más que túnel al final del túnel, tantas noches en que Ella fue paz en la tempestad de la enfermedad.
Nos sumergiremos en el mar de almas que en Almenas esperan y te verás reflejado en muchos de esos rostros, para evocar aquellas primeras Semana Santas con tus amigos, con la niña que te gustaba y te sonrojaba cada vez que cruzabais vuestras miradas, las de los primeros cigarrillos y alguna que otra trastada.
En San Ildefonso la bulla poblará las aceras con muchas caras conocidas, algunas de ellas venidas desde lejos, para volver a la ciudad que los vio nacer y que tanto añoran durante el resto del año. Es día de comidas en familia, de reencuentros y estrenos, de paseos de los abuelos a los nietos para comprarles su primer tambor.
El calor pegajoso comenzará a pasar factura, los pies no acostumbrados a estos trotes nos piden a gritos sentarnos y el sudor recorrerá nuestros cuerpos cansados.
De forma parsimoniosa subiremos la Cuesta de Belén para entre una fina lluvia de flores, adentrarnos en el barrio de calles con sabor a pueblo que nos espera cada Domingo de Ramos.
Son los últimos metros antes de recibir una bocanada de aire fresco al entrar en el templo, donde el tiempo se nos escapará de las manos y nos invadirá la melancolía de lo vivido cuando se cierren las puertas y crucemos nuestras miradas con el Señor de la Salud y la Virgen de la Paz, antes de regresar a nuestros hogares con la esperanza en poder volver a vivir la próxima Semana Santa el día más hermoso.
(Boletín Aleluya 2019. Borriquilla Jaén)
Fotografías: César Carcelén