Podría asemejarse a la duodécima estación del Vía Crucis, pero tampoco es así exactamente. Porque en San Bartolomé, Jesús no muere en la cruz. Su aliento se agota, su mirada se pierde, su vida se consume, pero ese último suspiro se hace eterno a la espera de un Jueves Santo de noche morada.
Hasta entonces, el Santísimo Cristo de la Expiración aguarda en su templo el beso cariñoso en su pie, que tendrá lugar mañana, Domingo de Pasión, y recorre sus calles en la noche fresca de primavera para que sus fieles, cofrades y devotos, recen ese camino al Calvario que no es más que el camino a la Salvación.