El silencio susurra tras la clausura de un monasterio que, al llegar octubre, se viste de gala para rendir gloria a la Madre de Dios. La misma que entregó el Rosario a Santo Domingo de Guzmán, aparece con porte de Reina en el barrio de la Alcantarilla al compás de una cuadrilla de costaleros que la consideran su patrona oficiosa, y que la mecen con el mimo que solo la relación filial entiende.
Así llegó la hora en que la Cofradía del Rosario hizo acto de presencia un año más en las calles de Jaén. Tras el Triduo y la convivencia al pie del Altar, era el momento de rezar en público y en voz alta. Misterios, cuentas, letanías y salves a Nuestra Señora, en un cortejo encabezado por la Agrupación Musical de la Estrella. Dificultosa, como siempre, la salida y entrada a la Iglesia Conventual de la Purísima Concepción. Escaleras y revirás imposibles sorteadas con maestría por quienes portan en su costal años de experiencia y saber. A continuación, tras abandonar el barrio, tocaba conquistar el corazón de la ciudad. San Ildefonso, la Carrera y el entorno de la Catedral vibraron con el paso de María, suave, sin estridencias, con elegancia.
El momento sublime se esperaba en Almenas y los cofrades se agolparon en este punto sin poder imaginar lo que ocurriría. Tres marchas seguidas, tres revirás de ensueño, silencio y emociones, que desde la trabajadera se contagiaban en la acera. Ni los impetuosos aplausos se atrevieron a romper la magia del momento, un instante de más de un cuarto de hora que se antojó segundos y casi una eternidad.
Después, Llana y los callejones del regreso terminaron por hacer de la noche el ambiente ideal para un regreso lento y bullicioso a la clausura y el silencio en el que, el rezo del Rosario se hace indispensable para hablar con María, la misma que por octubre pasea con el Salvador en brazos.
Fotografía: Manuel Quesada Titos