Lo que voy a contar forma parte de una vivencia, de un sentimiento, de una creencia.
Ser nazareno es ocultar los pecados bajo un antifaz que carga nuestras culpas. Ser nazareno no es más que ayudar con nuestra penitencia a iluminar con los cirios el camino a la gloria de nuestras devociones. Ser nazareno es meditar, sentir, sufrir el cansancio del camino de la estación de penitencia.
Es el día santo en el que sale a la calle nuestra cofradía. Con esmero e ilusión preparamos nuestra túnica recién planchada, la capa, el cíngulo, el caperuz… no nos falta un solo detalle. Salimos de nuestra casa vestidos hacia la iglesia o nos vestimos dentro de ella, todo sea por guardar el anonimato. Ya estamos preparados en el templo, rezamos ante nuestras imágenes titulares, va a ser lo más cerca que estemos de ellas hasta que la cofradía esté de nuevo de regreso a casa. Las tenues luces del interior del templo parecen taparse con el humo y el aroma del incienso que los acólitos llevan echando desde hace ya un buen rato. Son los momentos previos a formar filas, a buscar tu sección y sitio que deberás guardar el resto del día.
Las puertas se abren, cruz de guía en la calle. Ya desde tu intimidad y anonimato puedes ver como la calle está abarrotada de gente esperando a la cofradía al otro lado del dintel de la puerta de la Iglesia.
Detrás de tu antifaz eres capaz de agudizar tus sentidos. El olor del caperuz, ese olor singular, te transporta y te hace revivir situaciones y pensamientos que creías olvidados. Es momento de plantearse muchas cosas de tu vida diaria, estás solo, nadie de la calle parece conocerte. Solo.
Sientes el tacto de los guantes, sujetas tu cirio intentando que no se apague, que se consuma de forma pareja. Con el paso de las horas incluso parece que el cirio se va haciendo más y más pesado a pesar de que se va consumiendo poco a poco.
La comodidad que tenías al inicio de la procesión va dejando paso al cansancio, a tener menos ganas de tantas calles, al frío que suele hacer en nuestra Semana Santa agudizado con el aire característico de nuestro añejo Jaén. Andas, paras, pareces entrar en un bucle en el que cada metro que ganas parece cada vez más corto. Es en estos momentos cuando empiezas a sentir una verdadera penitencia de ser un nazareno, es entonces cuando sientes el verdadero motivo que te ha llevado a salir otro año más a pesar del cansancio del año anterior.
Llegas al templo, parece mentira que todo haya acabado, que las horas que has pasado en la calle ya no parecen tantas porque, de nuevo, estás viendo como los pasos entran en la Iglesia. Realmente no estás cansado, más bien, es tristeza lo que sientes porque todo haya pasado y esperas, con ilusión, que llegue el año venidero para poder sentir de nuevo todo lo que acabas de dejar atrás.
Ser nazareno es, a grandes rasgos, esto… y mucho más.