Mientras se vela su cuerpo, el Crucificado de la Catedral aguarda para dar su abrazo a quienes acuden a su Buena Muerte con la fe depositada en su misericordia. Nunca una muerte fue tan buena, pues con ella, Cristo salvó al hombre. El mayor sacrificio y la más pura entrega de amor plasmada por Jacinto Higueras en un crucificado que congela el alma a su paso. Su envergadura, su belleza y su palidez no pueden dejar indiferente al cofrade que se postra ante la rampa de la Catedral soñando con la apertura de la Puerta del Perdón.
No necesita grandes alardes su altar de cultos, pues no hay mejor escenario para ello. En esta ocasión, lo efímero es solo eso, una aportación secundaria a la par que enriquecedora, al mejor de los lugares cristianos de nuestra ciudad, la Santa Iglesia Catedral.
Hoy finaliza el turno de vela y mañana, tras el Vía Crucis, se producirá la entronización del Santísimo Cristo de la Buena Muerte. A partir de entonces, ya solo queda ver como la espera se consume.
Fotografías: Manuel Quesada Titos y César Carcelén