La Cuaresma nos deja estampas irrepetibles y mágicas. Los altares efímeros para los triduos, quinarios, septenarios o novenas suponen un derroche de creatividad arquitectónica que bien merece contemplar con la mirada limpia, sin esa crítica cofrade que siempre aflora cual flor de primavera.
Y Cristo Rey no fue menos. Hoy nos detenemos en el altar de la Hermandad del Perdón, que ha celebrado el Triduo a su Titular. Tal vez pasen desapercibidas el resto del año en un templo cuyas dimensiones y elementos decorativos, poco ayudan a encontrarse con quien allí siempre espera. Y lo hace en el Sagrario, pero también en la Humildad de la cruz, y en el Amor de un beso. Pero sobre todo, al Dios que allí buscamos lo hallamos por el Perdón. Ante Él abrimos nuestra alma y confesamos que por más que queremos, pecamos y nos apartamos de su Amor. Por esto, en su Perdón está nuestra Esperanza, y tras Él caminará bajo palio en la tarde noche del Miércoles Santo.
Nosotros, los cofrades, siguiendo el ejemplo de Juan, el joven evangelista, estaremos cerca de Jesús y de María, pero no solo ahora que llega el camino al Calvario, sino todos los días de nuestra vida.