Pocos momentos son tan emotivos en la Cuaresma jiennense como el traslado del Santísimo Cristo de las Misericordias desde el Monasterio de Santa Clara a la Parroquia de la Merced. Será poco más de dos semanas, pero el vació generado entre sus monjitas es directamente proporcional a la gloria sentida por sus cofrades de los Estudiantes. Porque ver y sentir al Señor del Bambú en la Merced es palpar el Lunes Santo.
Como es costumbre, tras la Eucaristía en la clausura, el crucificado partía a hombros de sus cofrades y devotos entre la estrechez de las calles y el rezo del Santo Vía Crucis. Solemnidad y oración para que en la oscuridad nada distraiga la atención más que su presencia, su boca entreabierta, sus latigazos salpicados en todo el cuerpo y sus clavos, los que traspasan más que la carne. Los tres clavos que traspasan el alma.
Y en un abrir y cerrar de ojos, se produjo el encuentro, el de la Madre y el Hijo. Por eso, las Lágrimas de anoche no eran de pena, más bien todo lo contrario. Las Lágrimas brotaban porque por unos días, poco más de dos semanas, la Misericordia de Cristo estará cerca de quien le quitará los Clavitos.