Es evidente que el costal ha venido para quedarse y seguramente haya sido fundamental para que algunos pasos de nuestras cofradías no se queden sin procesionar. Pero donde más se aprecia su impacto y repercusión es en cofradías de Gloria como las que este pasado fin de semana pasearon a la Virgen por las calles de Jaén.
Tanto al Pastora como el Rosario han forjado una cuadrilla de costaleros que para sí quisieran muchas hermandades de nuestra Semana Santa. Comprometidos, hermanos que pagan religiosamente su cuota y atentos siempre a la llamada de la Cofradía.
Sin embargo, presenciando las procesiones, parece que se configuran y se llevan a cabo por y para el paseo de los costaleros. Las filas de cofrades y devotos son escasas mientras el costal, algunos de dudoso gusto, se luce de un lado a otro. Foto por aquí, charla por allí, y cangrejeo durante el refresco para que me vean bien, en lugar de ir al punto de relevo.
Hasta tal punto llega este excesivo protagonismo que cada levantá se convierte en un espectáculo de gritos y testosterona, en un jolgorio que se imposta y copia de otros lares. Otra vez copiando solo lo que nos interesa.
Después de más de 20 años como costalero, y siendo parte de una de estas cuadrillas, me duele asumir y decir esto, pero la evolución que está tomando el mundo del costal se aleja muy mucho de lo que he vivido y sentido debajo de un paso, ya sea en primavera o en otoño.
Puede ser que el equivocado sea yo, pero pienso que el paseo debe ser por y para la Virgen, y las formas, importan.