Santa Ana y la Virgen Niña fueron recibidas, ayer, en el cerro Miguelico de Torredelcampo con pétalos y alabanzas. El cielo se abrió para que la patrona, arropada por cientos de devotos, desfilara en procesión y llegara hasta La Erilla, donde se vivió uno de los momentos más emotivos de la jornada.
“Qué tendrá Santa Ana, que el que viene se enamora de sus rincones, de sus aromas, del señorío de su patrona”. La letra, cantada ayer por el Coro Romero Oro Verde de Torredonjimeno durante la tradicional misa en honor de La Abuela de Torredelcampo, definió a la perfección el ambiente vivido durante todo el fin de semana en el cerro Miguelico.
La imagen de Santa Ana y la Virgen Niña fue trasladada, a las diez de la mañana, desde la ermita hasta un altar colocado bajo una carpa, donde se celebró la eucaristía presidida por el párroco de San Bartolomé, Antonio Pozo, y concelebrada por el vicario parroquial, Juan Carlos Córdoba, con la ayuda del seminarista José Manuel Pancorbo.
Cientos de devotos se rindieron ante Santa Ana, la aclamaron con “¡vivas!” y “¡olés!” y le cantaron, una y otra vez, el himno de la patrona torrecampeña. Como cada primer domingo de mayo, la talla fue llevada por los costaleros, que peregrinaron acompañados de miembros de la junta directiva de la cofradía y autoridades locales, al ritmo de las interpretaciones de la Agrupación Municipal Santa Cecilia de la Torre.
Uno de los momentos más intensos se vivió cuando los fieles, al comienzo del desfile, le lanzaron claveles, rosas y pétalos y le pidieron protección, mientras que un grupo de jóvenes entonaba canciones a la vez que la miraba con veneración. También resultó emotiva la llegada al lugar conocido como La Erilla, donde las flores volvieron de nuevo a volar hasta el trono. “¡Viva Santa Ana!”. “¡Viva la Niña!”. “¡Viva La Abuela!”. “¡Viva el pueblo de Torredelcampo!”. Algunas de estas alabanzas sonaron durante toda la procesión, en la que no faltaron las mujeres y niños ataviados con trajes flamencos, y los hermanos con sus medallas. Los actos religiosos concluyeron por la tarde, cuando el camarín de la ermita se abrió a los vecinos para que besaran el manto de la patrona y visitaran el museo de enseres.