Jesús Sacramentado sale de su Sagrario para transformarse en monumento de vida eterna. Es Jueves Santo y Jaén resta las horas para revivir su noche más mágica. La mañana festiva se viste con las mejores galas para visitar los templos. Mujeres lucen la mantilla española para recuperar una tradición que se fue perdiendo porque las nuevas generaciones no supieron recoger el testigo en una ciudad donde “las mantillas” procesionan a diario junto a la Madre de Dios.
El azul del cielo invita a pasear la ciudad en la primavera estrenada que bulle con ambiente cofrade en San Ildefonso y San Bartolomé. En la Basílica aguarda su procesión penitencial la Congregación de la Vera Cruz, decana de las corporaciones pasionistas de Jaén. En la plazoleta del azahar una espadaña rasga el cielo al que mira Cristo en su último suspiro.
Con el café de la tarde y las torrijas por degustar en torno a la mesa familiar, la Vera Cruz comienza su caminar penitente por el viejo arrabal. Jesús Preso, sereno pero firme, avanza con la fuerza que le imprimen sus costaleras. Es la primera de las escuadras de una corporación cuya historia resume la de la propia Semana Santa de la capital del Santo Reino.
No sin dificultad asoma el paso del Santísimo Cristo de la Vera Cruz. Inclinado, como si la exaltación de la Cruz se representara, salva la puerta de la fachada neoclásica de San Ildefonso el Crucificado de Sánchez Mesa. Los rayos de sol rebotan en el dorado de su paso donde los claveles se han tintado con la sangre de Cristo. Se entrecortan las palabras al paso del Señor del Trueno mientras cornetas lastimeras pintan el aire.
Cuando el primero de los varales de su palio ve la luz de la plaza, la Benemérita se cuadra para recibirla. Es María Santísima de los Dolores y sus guardias la esperan como siempre, para escoltarla en el duro trance de la muerte de un Hijo. El paso de la Virgen que también tallara Sánchez Mesa es una obra de arte. Su orfebrería en respiraderos o candeleros, y el bordado del palio y del manto, bien merecen ser contemplados sin la prisa y las bullas de una tarde de Jueves Santo, aunque es entonces cuando el movimiento le termina por dar el punto culmen de la perfección.
Mientras, el olor a azahar se cuela en el templo de bronce donde se celebran los Oficios del Jueves Santo. Con la Eucaristía comienza la procesión de penitencia de la Hermandad Sacramental de la Expiración. La plaza, a reventar, espera la complicada salida del Cristo de la Expiración y de María Santísima de las Siete Palabras que cumple 25 años en esta tierra de olivares.
La Banda de Cornetas y Tambores del Santísimo Cristo de la Expiración inicia desde antes de la salida sus oraciones escritas en pentagramas de Pasión. Sus acordes también se elevan al cielo, como lo hace la mirada de Jesús en este último aliento de vida que escapa entre lirios. Asomados a un balcón, sus vecinos se encuentran de nuevo con el suspiro de un Cristo que nunca muere.
Le sigue la Madre, que este año suma a su pena la muerte del maestro Luis Álvarez Duarte, quien hace ahora cinco lustros dibujara en madera con gubia y cincel a María Santísima de las Siete Palabras. El cumpleaños es triste porque las ausencias pesan en el corazón y en la memoria, pero no puede haber mejor homenaje que la devoción despertada por una Imagen que ha cautivado al cofrade expiracionista y al Jaén más romántico.
La noche llega pronto, porque la Madrugada viene empujando. Es entonces cuando Vera Cruz y Expiración rezan por la carrera oficial. Los candelabros arbotantes, dorados y plateados, buscan iluminar el rostro de Cristo en la Cruz, mientras las lágrimas de la cera acompañan en el llanto a María Santísima. Almenas, para unos, y Maestra, para otros, son los lugares escogidos para un regreso que, más que el final, es solo el comienzo de la noche eterna.