En la solemnidad de la Asunción de María, cientos de fieles quisieron participar en la Eucaristía de 12, presidida por el Deán y Vicario General de la Diócesis, D. Francisco Juan Martínez Rojas y concelebrada por una decena de canónigos. Con los últimos toques de las campanas dio comienzo la procesión claustral con la talla de la Virgen de la Antigua, patrona del Cabildo Catedral, portada por miembros de la Cofradía Sacramental de la Buena Muerte. Las pequeñas andas de plata iban precedidas de un cortejo de niños que portaban flores para después depositarlos a los pies de la Virgen. La imagen fue entronizada en el presbiterio, y a sus pies el Santo Rostro.
En su homilía, el Deán quiso enfatizar el “Sí” de María, ya que esa aceptación de la voluntad de Dios “Es un paso hacia el Cielo, hacia la Vida Eterna. Porque esto quiere el Señor: ¡Que todos sus hijos tengan vida en abundancia!”.
Francisco Juan Martínez Rojas continuó refiriéndose a la figura de María, definiéndola como “la Toda Santa” para explicar: “la que fue, es y siempre será, toda de Dios, y por eso, toda entregada a la humanidad como la Mujer nueva, nosotros también seremos todos de Dios si descubrimos que hemos sido creados a imagen y semejanza del Dios amor y comunión, entrega y diálogo, y trabajamos en ese fascinante proyecto de Dios, que quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Si es Dios Padre quien nos descubre que entre nosotros somos hermanos gracias a su paternidad, en María, la Madre con mayúscula que como regalo postrero Jesús nos entrega al pie de la cruz, aprendemos a favorecer la comunión”.
En este día en el que los cristianos celebramos que María fue asumpta a los cielos, el Deán y Vicario General recordó que la muerte no tiene la última palabra, “por Cristo todos volveremos a la vida, es decir, todos resucitaremos. Ése es el final feliz que nos espera. Y frente a nuestras posibles dudas y titubeos, frente al inevitable temor que la muerte provoca en nuestro corazón, la Asunción de María nos llena de alegría y esperanza, porque es un canto a la vida. Como afirma el prefacio de este día, María es figura y primicia de la Iglesia que un día será glorificada, ella es consuelo y esperanza del pueblo de Dios, todavía peregrino en la tierra”.
Para concluir su homilía recordó el valor espiritual que tiene para los cristianos ser hijos de María: “La Virgen es la madre que cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales.
Ella es la educadora que educa a sus hijos en el realismo y en la fortaleza antes los obstáculos y las pruebas de la vida, que ella tuvo que afrontar también desde la fe, y lucha con nosotros siempre en el continuo combate contra las fuerzas del mal”.
A la conclusión de la predicación y después de profesión de la fe, un numeroso grupo de recién nacidos y bebés y otros niños más grandes, todos acompañados de sus padres, subieron hasta el presbiterio para ser presentados ante la Virgen de la Antigua.
Un acto tradicional y muy emotivo que como el Deán había indicado en su homilía, “Ofrecerle los niños a María nos compromete a educarlos en la fe, nos obliga a despertar en ellos el amor a la Virgen, y que así maduren humana y cristianamente. Porque María hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto”.
Al concluir la Santa Misa, se llevó a cabo la bendición secular con el Santo Rostro por los balcones de la Catedral. Una bendición por cada uno de los puntos cardinales. La plaza de Santa María, abarrotada de fieles, que a pesar de las altas temperaturas, quisieron cumplir con la tradición y ser bendecidos por el Rostro del Salvador.