Que no pasa por sus mejores momentos es algo tan evidente como preocupante. Al menos así debería entenderlo una ciudad incapaz de agarrarse a sus costumbres para, desde un apego a su identidad, crecer sin complejos o sin tener que mirarse en espejos de otros. Sin embargo, siempre quedarán aquellos que permanecen fieles a la tradición. A la de levantarse un 25 de noviembre, ponerse las botas y comenzar una subida al cerro que es mirador de un Jaén que se extiende ladera abajo. Allí donde el castillo recuerda pasados gloriosos y una cruz que es guía de su pueblo cristiano.
A las 10 de una mañana fresca pero sin lluvia, partía desde la parroquia de la Inmaculada y San Pedro Pascual la romería de Santa Catalina de Alejandría. Algunas hermandades de Gloria y la cofradía de la Clemencia como represente de una Pasión que pronto reclamará protagonismo, acompañaron a los hermanos de Santa Catalina que mantienen una devoción que en el presente languidece sin hacer justicia a lo que merece una Patrona. Tras la Santa, la Banda de Música Blanco Nájera amenizó con sus interpretaciones el largo camino de subida hasta la fortaleza en cuyo patio de armas se celebró la Santa Misa, antes de devolver a Santa Catalina a su torre-capilla en la que permanece el resto del año.
Tras la fiesta religiosa, la costumbre popular volvió a dejar estampas de convivencia en el cerro de Santa Catalina, con olor a sardinas asadas, migas y arroz, y sabor a un pasado de siempre que se afana por permanecer en tiempos de un consumismo que adelanta sus plazos navideños hasta el punto de hacer del festivo local con motivo de la Patrona de la ciudad un motivo para salir de Jaén a comprar en centros comerciales de urbes vecinas.
Fotografías: José M. Anguita