Con la retina cargada de estampas y los pies cansados, se disponía Jaén a vivir el Domingo de la Vida. Sin embargo, el sol que había presidido cual vara de mando los cortejos a lo largo y ancho de toda la semana, se escondió tras el Sepulcro y fueron las nubes y la lluvia las que dieron la bienvenida a la aurora de la Resurrección.
Parecía haber vuelto la estación invernal, tan de repente, que en la Basílica de San Ildefonso, la felicidad de la Pascua se tornaba en desilusión y lamento, porque por segundo año consecutivo, el cuerpo del Señor Resucitado no se elevaba al cielo y los cofrades jaeneros, después de una Pasión de cruz y sangre, no podrían ver el victorioso rostro de una Madre que ya no llora, que ahora sonríe pues sabe que Jesús está otra vez con nosotros.
Si bien el año pasado, la tónica general de la suspensión ayudó a pasar el trago, en esta ocasión, ser la única ha incrementado el mal rato de una junta de gobierno que tuvo que anunciar la suspensión con la emoción contenida reflejada en la voz temblorosa de una Hermana Mayor que todavía no ha podido disfrutar, desde su cargo, de su hermandad en las calles. Oración y exposición de pasos para una última mañana de Semana Santa en la que se esperaba el llamativo cortejo multicolor del Resucitado, aunque se intuían menos hermanos del resto de cofradías, seguramente por el tiempo que preveía suspensión, y porque este año no había que matar el gusanillo de no haber salido cada uno en la suya.
Con el desmontaje de tribunas y palcos de la carrera oficial antes de lo previsto, se esfumó un último día de Semana Santa, entre la Pasión y la Gloria, que impidió un pleno de hermandades en estación de penitencia. Desde 2006 ha llovido mucho, tal vez demasiado, y este 2014 ha estado cerca de lograrlo. Esperemos que en 2015, el último palio que veamos y que selle la melancolía cofrade de un año de espera, sea el que estrenará María Santísima de la Victoria. Será una de las grandes novedades de la próxima Semana Santa, pero hasta entonces, toca contar hacia atrás.