No cabe otra. Este 2022 tiene que ser el año del regreso de una Semana Santa como las de siempre. Con esta idea trabajan las hermandades mientras intentan recuperar la ilusión de sus hermanos, algo apagada después de dos años de pandemia.
Ya se anuncian las igualás y se programan los ensayos de costaleros, tal vez lo más espinoso de la vuelta a la normalidad cofrade. Las recomendaciones son claras y quien tenga miedo, que no se meta. Porque es inconcebible que en otros lares puedan salir los pasos y tronos, y aquí haya que procesionar a las Sagradas Imágenes en andas.
No es cuestión de formas. Es cuestión de dignidad, de no ser menos que nadie. ¿Se imaginan una Semana Santa de Jaén en andas, mientras en el resto de Andalucía procesionan las hermandad con sus pasos? El éxodo que viviría nuestra Semana Santa sería tal, que las consecuencias habría que sufrirlas durante años.
Por eso, las hermandades han dicho que no hay plan B. O todo o nada. Un ultimátum que requiere, como condición sine qua non que se derogue el decreto del obispo del pasado mes de septiembre.